Andrea estaba por cerrar su agotador turno de 24 horas clasificando y repartiendo tarjetas, paquetes, regalos y misivas con deseos navideños venidos de todas partes del mundo a su pequeño pueblo. Que hayan despedido a su compañero de trabajo ocho días antes de Navidad le pareció no solo un desacierto, sino también una amenaza a su propia integridad y salud.
Sin embargo, como buena cartera, debía realizar su trabajo y tuvo que reorganizar su agenda personal y familiar. Tendría una ventaja, este año no desperdiciaría 3 horas de su descanso en una cena navideña laboral en la que se sentaban a la mesa solo dos personas, ella y su compañero, Luis. No es que no lo quisiera como compañero, al contrario, lo valoraba mucho. Pero, llevaban trabajando juntos desde hace 10 años y cada Navidad tenían que cenar juntos, sin nadie más y enviar informe con fotos y detalles del evento empresarial a la oficina central de correos.
Luis, estaba de acuerdo en que era tiempo desperdiciado, cuando podrían haberlo compartido con sus propias familias o, mejor aún, descansar de las duras jornadas previas a esta fecha. Pero las reglas son las reglas, y había que cumplirlas.
Este año sería diferente, ya no estaba Luis, pero la carga laboral se había multiplicado de pronto. En su pueblito, un mes normal, no repartían más de 20 paquetes al día, lo cual era llevadero. De hecho, el aburrimiento era el tercer compañero de oficina durante ciertas temporadas. Pero diciembre era de otro planeta. Ese mes los envíos y repartos se podían multiplicar hasta por 10. Es decir, había hasta 200 entregas por día. Un completa locura. Y aunque el pueblo era pequeño y Andrea conocía todas las calles, pasillos, departamentos y el nombre de casi todos sus habitantes, lograr una distribución efectiva en medio de la jornada estudiantil de su pequeña hija, Marie, los programas navideños, las reuniones de padres para organizar el baile, la novena y el agasajo, etc., era realmente agotador.
El padre de Marie había fallecido en un accidente hace un par de años y Andrea parecía no estar lista para enamorarse de alguien más. Marie era su vida entera, bueno, menos el tiempo que invertía en su trabajo como cartera.
Era 24 de diciembre, las 16h45, para ser más exactos.
Andrea no creía en papá Noel, de hecho, con Luis bromeaban muchas veces en que realmente eran ellos quienes debían portar el traje rojo, conducir un trineo con renos de nariz roja y repartir los cientos de paquetes que, por esta mágica época aparecían en su tranquilo pueblo.
Revisó la lista de pendientes y enlistó 24 paquetes. Le quedaba quince minutos para organizar la ruta, ubicar a los propietarios, conducir a través de la ciudad, con más autos que de costumbre, además. Había organizado las rutas del día, de tal manera, que el último paquete le dejara a unos diez minutos de casa. A unos cinco semáforos de su hogar, con Marie.
Cuando fue a recoger los paquetes contó y encontró 25. Volvió a contarlos y otra vez fueron 25. Revisó las listas para ver si se había quedado alguno rezagado de una ruta previa, pero no, no halló nada faltante. Ella era exacta, como un reloj en su trabajo.
Los quince minutos volaron mientras revisaba las guías. Los papeles enlistaban 218 paquetes. Había entregado 194. Las matemáticas no fallaban, solo quedaban 24 paquetes por entregar.
Esa pasión por su trabajo, la exactitud en sus obligaciones y ser perfeccionista le habían dado 10 años de trabajo sin errores, ninguno que ella recuerde. Ninguno de importancia como este, un paquete sin guía.
Los siguientes minutos los pasó revisando si, al entregar los paquetes quizá alguno comprendía 2 o 3 unidades con una sola guía y ella había entregado uno menos. Nada. Tampoco había encargos incompletos.
Su cabeza daba muchas vueltas, su mente matemática imaginaba que clase de trinomio cuadrado perfecto le ayudaría a solucionar este problema.
Sonó el teléfono. Era Cris, su prima, quien cuidaba a Marie hasta que llegara Andrea. No se había fijado en la hora. Eran las 6 y cuarto y su prima iba atrasada a la cena con sus ex compañeros de colegio. Andrea se disculpó sin lograr sacar de su mente el motivo del error.
-Estaré ahí en 15 minutos, dijo y colgó.
Antes de salir embarcó los 25 paquetes en su auto, tomó la guía faltante y condujo hasta su casa. Cris esperaba en la puerta mientras se peinaba, Andrea se volvió a disculpar mientras abrazaba a Marie y recibía sus 3 besos de saludo.
-Un beso por el tiempo que has sido mi madre. Otro por el tiempo que he sido tu hija y el tercero por el tiempo que nos queda por vivir, dijo Marie con su elocuencia de 6 años, 7 meses y 3 días.
-¿Tienes hambre?, preguntó mamá. No, contesto la niña, Tina me hizo un emparedado y tomé yogurt.
-Buena niña, le dijo, mientras le buscaba un abrigo y un gorro. Tenemos una misión, Marie…
-¿Vamos a repartir regalos como papá Noel? Sí, dijo mamá. A Marie se le iluminó la mirada. ¡Vamos!, contestó sin titubear.
-Tú serás mi guía. Me dirás la calles y los entregaremos en un santiamén.
-¿Eso es antes o después de las 12, mamá?
Andrea rió en medio de su estrés y salieron rumbo a la ciudad. El reloj del auto marcaba las 19:05. Había planeado una cena romántica con Marie, en la terraza de la casa, mirando la ciudad con sus luces brillantes, cual Belén gigante. Nada le dañaría ese plan.
-¿Cómo vamos capitana? ¿Cuántos nos faltan?. Quedan 6 mamá. Pero en la guía solo hay 5.
Recién en ese momento, Andrea cayó en cuenta que no podría entregar ese misterioso paquete si no tenía información de destinatario o remitente. No era su costumbre llamar al remitente solicitando información adicional a la entrega pues la empresa era eficiente y exigente en esa tarea. Quizá esta sería la primera vez…
-Feliz Navidad, Marie, dijo Carla, la señora de la casa con una estrella navideña en lo alto de su tejado. Igualmente, contestó la niña subiéndose al auto y gracias por los dulces, dijo guiñando un ojo.
-Misión cumplida, mamá. ¿Qué vamos a hacer con este paquete?
-He estado pensando en eso, dijo Andrea. Llamé al remitente pero no obtuve respuesta.
-¿Y si le envías un mensaje?, quizá lo lea. Debe estar en la cena con su familia.
-Buenas noches, soy Andrea Faith, coordinadora del correo de la ciudad. Disculpe la hora y perdone que le escriba. Usted consta como remitente de un paquete que no tiene información sobre el destinatario, pero tiene una nota pegada en él. Adjunto imagen para mejor información.
En la foto se veía el paquete y en otra imagen estaba la nota: “ENTREGAR EL 24 DE DICIEMBRE, OBLIGATORIAMENTE".
Pasados unos minutos llegó la respuesta. “Luis sabe qué hacer, pregúntele a Él”.
Ante semejante mensaje, a Andrea se le subieron los colores al rostro, frunció el entrecejo y estuvo a punto de tirar el paquete por la ventana.
-Tranquila, mamá. Para nosotras no hay misión imposible. Si Luis sabe qué hacer con esta entrega, llámalo e iremos a cenar. Y le plantó sus tres besos.
-Tienes razón, amorcito.
Marcó los tres números que conocía de Luis, el de trabajo primero, sonó desconectado. El personal que era para casos de emergencia, igual. Vaciló por un instante pero era una emergencia. Marcó al de su esposa.
-Hola, Andrea, qué gusto recibir tu llamada… dijo una cálida voz al otro lado del auricular.
-Hola, Patty. Perdona la hora, disculpa la molestia. Las palabras salieron atropelladas y torpes.
-No es molestia, linda. ¿En qué te puedo ayudar?
-Tengo un paquete sin destinatario y el remitente me dice que Luis sabe qué hacer con él. ¿Puedes ponerlo al teléfono? Será un instante nada más.
-Lo haría con gusto, linda. Pero Luis está en casa. Yo salí a maquillarme para la cena navideña y estoy demorada. Llegaré en una hora, al menos. ¿Intentaste llamarlo?
Andrea resopló conteniendo su molestia.
-Sí, a ambos números pero no contesta.
-Los debe haber apagado por las fiestas. Es costumbre en casa hacerlo. Si no te queda lejos, pasa por casa y pregúntale. Quizá y no es tan importante la entrega. O podrías dejarle el paquete y él hará la entrega mañana a primera hora.
-Es una buena idea, dijo, -mientras se tiraba de los pelos-. Gracias, Patty, disfruten la cena, un abrazo.
-Igualmente, linda…
La voz al otro lado seguía diciendo algo mientras Andrea dejaba el teléfono en la guantera y encendía el vehículo.
-Respira, mamá. Vamos.
Era las 20h34. Demasiado tiempo por un paquete sin información suficiente. Andrea conducía mientras pensaba en qué tipo de mensaje redactar el primer día laboral para quejarse con la central que repartió aquel extraño paquete sin la información suficiente. Si tenían que regañar a alguien, que así sea.
-Oye, ma. ¿Pudiste comprar los libros que estaban en mi lista navideña?
Andrea golpeó el volante del vehículo, detenido en un semáforo.
-Lo olvidé con esto del trabajo, amorcito. ¿Podrías hacer como si no me la hubieras entregado y mañana los compramos juntas? No, déjalo. Le pediré a los Reyes que los traigan. ¿Se puede, princesa?
-Claro, mami. Tranquila. Los compramos juntas. ¿Ya llegamos? Tengo hambre.
-Sí, amorcito. Estamos a la vuelta.
Había mucha carga emocional sobre ella en este momento. Solo esperaba que Luis no se regodeara de que ella no había podido solucionar algo tan simple como la entrega de un paquete.
Golpeó la puerta y apareció Javier, el hijo de Luis.
-Bienvenidas, dijo.
-¿Sabías que vendría?
-Claro, dijo Luis. Detrás de él.
-Ayúdame con este paquete, por favor. Y nos iremos enseguida.
-Ábrelo, dijo Luis.
-¿Cómo? ¿Por qué?
-Porque es tuyo.
Andrea abrió el paquete, en el portal de la casa. Enseguida sus ojos de llenaron de lágrimas.
-¡Son mis libros! Gritó, Marie. Nos los olvidaste, mamá.
-Gracias, dijo, Andrea mientras limpiaba sus ojos.
-Por una amiga, lo que sea, Andrea.
-Pasen, dijo una voz. Era la esposa de Luis.
-¿Eras parte de esto?
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
Luis, sonrió e invitó a Andrea y su pequeña hija a pasar y sentarse con él y su familia para celebrar, con una deliciosa cena, la noche de Navidad.
Fue una cena especial, hace años no disfrutaba tanto una velada, hace mucho tiempo que no celebraba Navidad.