viernes, 5 de junio de 2020

De grilletes y billetes

Un gobernante con grillete es la mejor burla a la decencia y la honradez. Es la muestra de que los libros de historia silencian esa parte oscura y fétida de la administración pública, callando los nombres, apellidos, montos y circunstancias en que las arcas del estado, ese montón de dinero generado por los impuestos de la gente o la venta de los bienes públicosfue y es usado como piscina de enriquecimiento privado, como tesoro propio del que se dispone a mansalva, del que se derrocha a placer, del que se reparte sin conciencia alguna de su valor, silenciando, en fin, esa memoria pública que no se debería olvidar para evitar repetirla nuevamente. 
Y es una muestra, también, de que la justicia no llega tan lejos como para manchar el apellido de quien lo decide manchar a voluntad propia delinquiendo con los fondos públicos, o enseñando que el derecho humano a no ser vilipendiado es más fuerte que el derecho ciudadano a que el pueblo tenga memoria de su pasado sucio y evite un presente y futuro embarrado en la misma cloaca de sus abuelos y sus padres. 
Y es que la justicia, al parecer, sigue jugando el juego de quienes formulan las leyes. Ellos dictan cómo se juzga y cuando no quieren ser juzgados compran la forma en que les gusta y quieren ser tratados.  
Así es como aparecen jueces en las noticias, llevando dinero de dudosa procedencia y licor de mediana calaña a una cena de negocios con otros jueces, para mejorar la sentencia de algún caso en particular o de muchos casos que no se llegan a conocer. Y es que el uso ilícito de fondos públicos no se da solo para comprar y vender conciencias de servidores, secretarios, asesores, dirigentes, sino que sobrepasa lo administrativo y cae en las redes de la ciega justicia que parece haberse acostumbrado a ser manoseada, prostituida, usada por placer y para complacer a unos pocos y castigar con severidad sonora y cinematográfica a los otros, a la gran mayoría, a los que no amasan fortunas mal habidas y deben aceptar que el juez juzgue a su antojo y condene a placer. 
Pero no desviemos la mirada del grillete, todavía no. Porque así como hay dos o tres servidores que además de cargar con la votación popular que los elevó al cargo que ostentan, también deciden cargar con el grillete, sin hacerle el feo a su significado, porque pesa menos que el dinero que los espera tras el breve periodo de vergüenza que los medios magnifican o silencian, de acuerdo con su postura y su precio pautado. 
Y hay jueces y fiscales, contralores y abogados, veedores ciudadanos que se pintan de palomas mensajeras del bien y la moral y es solo una careta que oculta al lobo que espera su tajada para permanecer callado y enriquecerse a costa del silencio cómplice y fugaz. 
Décadas de robo, latrocinio, sobreprecios, cientos de nombres, miles quizá, testigos mudos y pagados de esa cara oscura del gobierno, de la administración pública, de la infame tarea de robarle al pueblo al que se jura servir. 
No son las leyes, señor juez, es cómo las interpreta usted. No son las prohibiciones, señor servidor público, es cómo las viola a placer. No es la mentira vestida de blanco, señor medio de comunicación, es cómo usted la cuenta a costo de una pauta fugaz. 
No son los partidos políticos, querido lector votante, es cómo aúpas sus actos delictivos con tal de que hagan obra o te den un puesto en el poder. 
Es un círculo vicioso donde la cadena se vuelve interminable y cuál círculo que es, inicia y termina en la cloaca fétida de la corrupción que dices aborrecer, pero aprovechas para enriquecerte cuando es tu turno de gobernar. 
No es nuestro ADN, es nuestra capacidad de escoger el mal sobre el bien como norma vital. Y una gran mayoría, al tener la boina del poder, decide escoger el mal, la corrupción, la infamia, nadar en la cloaca con tal de llenar sus bolsillos. 
El grillete es la muestra de que robar está bien cuando se tiene poder, porque el dinero mal habido y el poder son capaces de comprar justicia, publicidad, silencio e inocencia.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

El regalo extraviado

Andrea estaba por cerrar su agotador turno de 24 horas clasificando y repartiendo tarjetas, paquetes, regalos y misivas con deseos navideños venidos de todas partes del mundo a su pequeño pueblo. Que hayan despedido a su compañero de trabajo ocho días antes de Navidad le pareció no solo un desacierto, sino también una amenaza a su propia integridad y salud.
Sin embargo, como buena cartera, debía realizar su trabajo y tuvo que reorganizar su agenda personal y familiar. Tendría una ventaja, este año no desperdiciaría 3 horas de su descanso en una cena navideña laboral en la que se sentaban a la mesa solo dos personas, ella y su compañero, Luis. No es que no lo quisiera como compañero, al contrario, lo valoraba mucho. Pero, llevaban trabajando juntos desde hace 10 años y cada Navidad tenían que cenar juntos, sin nadie más y enviar informe con fotos y detalles del evento empresarial a la oficina central de correos.
Luis, estaba de acuerdo en que era tiempo desperdiciado, cuando podrían haberlo compartido con sus propias familias o, mejor aún, descansar de las duras jornadas previas a esta fecha. Pero las reglas son las reglas, y había que cumplirlas.
Este año sería diferente, ya no estaba Luis, pero la carga laboral se había multiplicado de pronto. En su pueblito, un mes normal, no repartían más de 20 paquetes al día, lo cual era llevadero. De hecho, el aburrimiento era el tercer compañero de oficina durante ciertas temporadas. Pero diciembre era de otro planeta. Ese mes los envíos y repartos se podían multiplicar hasta por 10. Es decir, había hasta 200 entregas por día. Un completa locura. Y aunque el pueblo era pequeño y Andrea conocía todas las calles, pasillos, departamentos y el nombre de casi todos sus habitantes, lograr una distribución efectiva en medio de la jornada estudiantil de su pequeña hija, Marie, los programas navideños, las reuniones de padres para organizar el baile, la novena y el agasajo, etc., era realmente agotador.
El padre de Marie había fallecido en un accidente hace un par de años y Andrea parecía no estar lista para enamorarse de alguien más. Marie era su vida entera, bueno, menos el tiempo que invertía en su trabajo como cartera.
Era 24 de diciembre, las 16h45, para ser más exactos.
Andrea no creía en papá Noel, de hecho, con Luis bromeaban muchas veces en que realmente eran ellos quienes debían portar el traje rojo, conducir un trineo con renos de nariz roja y repartir los cientos de paquetes que, por esta mágica época aparecían en su tranquilo pueblo.
Revisó la lista de pendientes y enlistó 24 paquetes. Le quedaba quince minutos para organizar la ruta, ubicar a los propietarios, conducir a través de la ciudad, con más autos que de costumbre, además. Había organizado las rutas del día, de tal manera, que el último paquete le dejara a unos diez minutos de casa. A unos cinco semáforos de su hogar, con Marie.
Cuando fue a recoger los paquetes contó y encontró 25. Volvió a contarlos y otra vez fueron 25. Revisó las listas para ver si se había quedado alguno rezagado de una ruta previa, pero no, no halló nada faltante. Ella era exacta, como un reloj en su trabajo.
Los quince minutos volaron mientras revisaba las guías. Los papeles enlistaban 218 paquetes. Había entregado 194. Las matemáticas no fallaban, solo quedaban 24 paquetes por entregar.
Esa pasión por su trabajo, la exactitud en sus obligaciones y ser perfeccionista le habían dado 10 años de trabajo sin errores, ninguno que ella recuerde. Ninguno de importancia como este, un paquete sin guía.
Los siguientes minutos los pasó revisando si, al entregar los paquetes quizá alguno comprendía 2 o 3 unidades con una sola guía y ella había entregado uno menos. Nada. Tampoco había encargos incompletos.
Su cabeza daba muchas vueltas, su mente matemática imaginaba que clase de trinomio cuadrado perfecto le ayudaría a solucionar este problema.
Sonó el teléfono. Era Cris, su prima, quien cuidaba a Marie hasta que llegara Andrea. No se había fijado en la hora. Eran las 6 y cuarto y su prima iba atrasada a la cena con sus ex compañeros de colegio. Andrea se disculpó sin lograr sacar de su mente el motivo del error. 
-Estaré ahí en 15 minutos, dijo y colgó.
Antes de salir embarcó los 25 paquetes en su auto, tomó la guía faltante y condujo hasta su casa. Cris esperaba en la puerta mientras se peinaba, Andrea se volvió a disculpar mientras abrazaba a Marie y recibía sus 3 besos de saludo. 
-Un beso por el tiempo que has sido mi madre. Otro por el tiempo que he sido tu hija y el tercero por el tiempo que nos queda por vivir, dijo Marie con su elocuencia de 6 años, 7 meses y 3 días.
-¿Tienes hambre?, preguntó mamá. No, contesto la niña, Tina me hizo un emparedado y tomé yogurt.
-Buena niña, le dijo, mientras le buscaba un abrigo y un gorro. Tenemos una misión, Marie…
-¿Vamos a repartir regalos como papá Noel? Sí, dijo mamá. A Marie se le iluminó la mirada. ¡Vamos!, contestó sin titubear.
-Tú serás mi guía. Me dirás la calles y los entregaremos en un santiamén.
-¿Eso es antes o después de las 12, mamá?
Andrea rió en medio de su estrés y salieron rumbo a la ciudad. El reloj del auto marcaba las 19:05. Había planeado una cena romántica con Marie, en la terraza de la casa, mirando la ciudad con sus luces brillantes, cual Belén gigante. Nada le dañaría ese plan.
-¿Cómo vamos capitana? ¿Cuántos nos faltan?. Quedan 6 mamá. Pero en la guía solo hay 5.
Recién en ese momento, Andrea cayó en cuenta que no podría entregar ese misterioso paquete si no tenía información de destinatario o remitente. No era su costumbre llamar al remitente solicitando información adicional a la entrega pues la empresa era eficiente y exigente en esa tarea. Quizá esta sería la primera vez…
-Feliz Navidad, Marie, dijo Carla, la señora de la casa con una estrella navideña en lo alto de su tejado. Igualmente, contestó la niña subiéndose al auto y gracias por los dulces, dijo guiñando un ojo.
-Misión cumplida, mamá. ¿Qué vamos a hacer con este paquete?
-He estado pensando en eso, dijo Andrea. Llamé al remitente pero no obtuve respuesta. 
-¿Y si le envías un mensaje?, quizá lo lea. Debe estar en la cena con su familia.
-Buenas noches, soy Andrea Faith, coordinadora del correo de la ciudad. Disculpe la hora y perdone que le escriba. Usted consta como remitente de un paquete que no tiene información sobre el destinatario, pero tiene una nota pegada en él. Adjunto imagen para mejor información.
En la foto se veía el paquete y en otra imagen estaba la nota: “ENTREGAR EL 24 DE DICIEMBRE, OBLIGATORIAMENTE".
Pasados unos minutos llegó la respuesta. “Luis sabe qué hacer, pregúntele a Él”.
Ante semejante mensaje, a Andrea se le subieron los colores al rostro, frunció el entrecejo y estuvo a punto de tirar el paquete por la ventana.
-Tranquila, mamá. Para nosotras no hay misión imposible. Si Luis sabe qué hacer con esta entrega, llámalo e iremos a cenar. Y le plantó sus tres besos.
-Tienes razón, amorcito.
Marcó los tres números que conocía de Luis, el de trabajo primero, sonó desconectado. El personal que era para casos de emergencia, igual. Vaciló por un instante pero era una emergencia. Marcó al de su esposa. 
-Hola, Andrea, qué gusto recibir tu llamada… dijo una cálida voz al otro lado del auricular.
-Hola, Patty. Perdona la hora, disculpa la molestia. Las palabras salieron atropelladas y torpes.
-No es molestia, linda. ¿En qué te puedo ayudar?
-Tengo un paquete sin destinatario y el remitente me dice que Luis sabe qué hacer con él. ¿Puedes ponerlo al teléfono? Será un instante nada más.
-Lo haría con gusto, linda. Pero Luis está en casa. Yo salí a maquillarme para la cena navideña y estoy demorada. Llegaré en una hora, al menos. ¿Intentaste llamarlo?
Andrea resopló conteniendo su molestia.
-Sí, a ambos números pero no contesta.
-Los debe haber apagado por las fiestas. Es costumbre en casa hacerlo. Si no te queda lejos, pasa por casa y pregúntale. Quizá y no es tan importante la entrega. O podrías dejarle el paquete y él hará la entrega mañana a primera hora.
-Es una buena idea, dijo, -mientras se tiraba de los pelos-. Gracias, Patty, disfruten la cena, un abrazo.
-Igualmente, linda…
La voz al otro lado seguía diciendo algo mientras Andrea dejaba el teléfono en la guantera y encendía el vehículo.
-Respira, mamá. Vamos.
Era las 20h34. Demasiado tiempo por un paquete sin información suficiente. Andrea conducía mientras pensaba en qué tipo de mensaje redactar el primer día laboral para quejarse con la central que repartió aquel extraño paquete sin la información suficiente. Si tenían que regañar a alguien, que así sea.
-Oye, ma. ¿Pudiste comprar los libros que estaban en mi lista navideña?
Andrea golpeó el volante del vehículo, detenido en un semáforo.
-Lo olvidé con esto del trabajo, amorcito. ¿Podrías hacer como si no me la hubieras entregado y mañana los compramos juntas? No, déjalo. Le pediré a los Reyes que los traigan. ¿Se puede, princesa?
-Claro, mami. Tranquila. Los compramos juntas. ¿Ya llegamos? Tengo hambre.
-Sí, amorcito. Estamos a la vuelta.
Había mucha carga emocional sobre ella en este momento. Solo esperaba que Luis no se regodeara de que ella no había podido solucionar algo tan simple como la entrega de un paquete.
Golpeó la puerta y apareció Javier, el hijo de Luis. 
-Bienvenidas, dijo.
-¿Sabías que vendría?
-Claro, dijo Luis. Detrás de él.
-Ayúdame con este paquete, por favor. Y nos iremos enseguida.
-Ábrelo, dijo Luis.
-¿Cómo? ¿Por qué?
-Porque es tuyo.
Andrea abrió el paquete, en el portal de la casa. Enseguida sus ojos de llenaron de lágrimas.
-¡Son mis libros! Gritó, Marie. Nos los olvidaste, mamá.
-Gracias, dijo, Andrea mientras limpiaba sus ojos.
-Por una amiga, lo que sea, Andrea.
-Pasen, dijo una voz. Era la esposa de Luis.
-¿Eras parte de esto?
Ella sonrió y asintió con la cabeza.
Luis, sonrió e invitó a Andrea y su pequeña hija a pasar y sentarse con él y su familia para celebrar, con una deliciosa cena, la noche de Navidad. 
Fue una cena especial, hace años no disfrutaba tanto una velada, hace mucho tiempo que no celebraba Navidad.

lunes, 28 de octubre de 2019

El tizón


Era las 4 de la tarde y Juan jugaba en el prado con su amigo, Maco. Maco medía unos 50 centímetros, de pelaje cobrizo, ojos profundos y sonrisa permanente. Juguetón empedernido e inquieto, casi no hablaba, pero decía tanto con su forma de moverse, de saltar y sujetarse de las ramas de los árboles
Maco era un artista, Juan no dudaba de ello. Aplaudía sus gracias y reía de sus caídas, aunque no eran muy comunes pues la agilidad de su amigo era incomparable. Sus 4 manos atenazaban aquello que le gustaba y empujaban, con mucha fuerza, a quien le molestaba. Tenía 4 manos, ¿cómo podría caerse con tantas herramientas para sujetarse, mientras jugaba, saltaba y comía semillas con sabor a madera?
A Juan no le agradaba el sabor de lo que Maco comía, pero a Maco le gustaba mucho robarle los manjares a su joven amigo. Más de una vez lo había dejado sin comida, y, claro, por la distancia a la que estaban del pueblo, ese ayuno se extendía durante todo el día.  Cuando robaba su comida, Maco permanecía en silencio todo el tiempo, trepaba muy alto y se escondía de su fiel amigo, a pesar de sus llamadas, tratando de que su voz no mostrara el coraje que le encendía por dentro por el abuso de confianza de su peludo amigo.
Maco era su amigo desde siempre. Sus años tenían huella de su amigo. Cada día era una novedad con aquel compañero de escuela. Y es que Juan no podía sentarse todos los días frente a un libro o un cuaderno pues el rebaño no se lo permitía. Pero, eso sí, aprendía algo todos los días con Maco o de él. Como aquella vez que Maco pescó en el riachuelo frío del valle Dulce. Claro que Maco no compartió con él aquel pez, se lo comió solo, allá arriba en la copa del árbol de aceitunas. Juan estaba prendiendo el fuego, pues era de una de esas jornadas de pastoreo que lo mantendrían fuera de casa. Aunque tenía su comida, la que le envío su madre para alimentarse, le habría gustado probar aquella rosada trucha.
Pocas veces Juan tenía que pernoctar junto al rebaño. Eran jornadas con una caminata larga en época de verano cuando el pasto se resecaba y el agua escaseaba. Entonces debían llevar al rebaño hacia el valle Dulce, como lo llamaba Juan. Abundaban las flores, los aromas a miel y vainilla, aunque también había abejas, esas guerreras amarillas con las que Maco no gustaba jugar pues siempre salía perdiendo. Alejarse de las abejas era una lección que Juan aprendió tras la primera vez que recibió un aguijonazo de una de ellas. Maco, en cambio, era un poco más testarudo y cada vez que encontraba un panal de abejas, buscaba la manera de robarles el fruto de su trabajo, aunque aquello le costase corretear por el prado o saltar de rama en rama huyendo de las furibundas dueñas de casa.
Cuidar del rebano no era tarea fatigada ni triste para Juan, siempre y cuando Maco estuviera con él. Contar las ovejas, estar atentos a aquellas que se alejaban para volverlas al aprisco y vigilar el horizonte por si algún cazador furtivo se acercaba. Como aquella tarde en que Maco permaneció inmóvil en la copa del abeto, sigiloso miraba hacia el mismo punto del horizonte durante un buen rato. Juan lo llamaba intentando que bajara a jugar con él, pero Maco no movía ni un músculo, hasta que, de pronto, su silencio se convirtió en un griterío cada vez más intenso. Sacudía furioso las ramas mientras miraba a Juan y apuntaba hacia las ovejas. Al principio Juan pensó que era una especie de juego o que Maco se encontró con abejas allá arriba. Pasaron eternos segundos hasta que Juan entendió que Maco había avistado una amenaza, un coyote quizá o tal vez un lobo. Asustado, Juan preparó su arma, la que había aprendido a disparar de su padre. Le temblaban las manos, su respiración era agitada y entrecortada, el silencio de la pradera solo era interrumpido por los gritos de Maco. Las ovejas pacían tranquilas, confiaban en su pastor, ni siquiera alzaban la vista del pasto dulce que saboreaban en cada mordisco. Juan, por el contrario, cada vez estaba más nervioso. La última vez que tuvo la visita inesperada de un animal peligroso, papá estaba ahí todavía con él, él manejaba el arma, él era el guardián, mientras Juan jugaba a ser pastor con Maco, correteando en la pradera, sin saber que papá lo estaba entrenando para reemplazarlo en poco tiempo…
Su padre sabía que estaba enfermo, su madre no podía dejar el hogar con su hermanita recién nacida, era Juan quien debía encargarse del rebano, del futuro de la familia. La única tarea que Juan tenía, cuando pastoreaba con papá, era la de mantener el fuego encendido y no dejar que se enfriara el rescoldo. Lo demás era juego, un aprendizaje implícito convertido en diversión de pradera.
Para el momento en que Juan avistó a su enemigo, Maco había descendido un poco, pero permanecía en el árbol, escandalosamente vigilante. El viento cambió de sentido y eso hizo que la fiera salvaje rodeara al rebaño para que su olor no delate a las ovejas y provoque una estampida, movimiento que lo colocó en línea recta frente a frente con Juan y su arma. El joven pastor quedó como único escudo entre su rebaño, el futuro de su familia, y la fiera silenciosa, salvaje y hambrienta. Uso el árbol como trinchera y esperó a que su enemigo ser acercase, ordenó a Maco callarse mientras apuntaba con el arma, recordó el entrenamiento, mantener firme el arma contra el hombro para evitar el culatazo, respirar antes de disparar y contener el aire al tirar del gatillo y volver a cargar, inmediatamente, sin dejar de apuntar para no perder de vista hacia dónde se mueve le enemigo.
Siguió el entrenamiento sin dudar, con Maco vigilante desde el árbol y las ovejas paciendo en calma. Retumbó en el valle el disparo, alterando a las aves de los árboles vecinos y obligando a algunas ovejas, las más jóvenes de hecho, a suspender por un momento su tranquila comida, alzar la cabeza buscando el origen del ruido e intentando correr asustadas. Pero las más viejas del rebano, la mayoría, también habían aprendido la lección que Juan acababa de poner en práctica: mantener la calma cuando el arma retumbaba, permanecer en sus lugares hasta escuchar del pastor alguna orden y seguir comiendo, plácidamente, si nada sucedía tras el tronido.
Su enemigo, herido gravemente, emprendió la retirada en busca de algún rincón para convertirse en comida de carroñeros en pocas horas.
Juan aseguró el arma y acarició la cabeza de un tembloroso y agitado Maco. “Todo está bien, amigo mío. Papá nos cuida, como cuando estaba aquí empuñando el arma”. Maco parecía entender a su joven amigo. Se acercaba la noche, Juan le dio a su ayudante una manzana fresca y jugosa. Y él, emprendió esa tarea para la que era un especialista: encender el fuego para pasar la noche vigilando del rebaño.

Al brillo de un tizón, mientras lo soplaba, recordó las palabras de su padre: “Ven, Juan, no dejes que el tizón pierda su brillo y su calor. Ayúdame a darle vida”.


Fábula, El Greco, 1600.

lunes, 12 de agosto de 2019

Nin Hao

Estaba nervioso.
Había charlado, desde hace nueve meses, en un inglés de medio pelo, usando bastante el traductor gratuito de mi teléfono, con Tim, el vendedor de la empresa que nos ha despachado 5 contenedores de varios productos de acero en el último año.

Sabía, por las charlas, que él no había visitado Latinoamérica antes y estaba emocionado, muy emocionado por visitar esta parte del mundo y conocer nuestras costumbres, la gente y, particularmente, los lugares donde se bailaba reguetón, donde las mujeres bailaban reguetón, para ser más preciso.

Después de varios mensajes durante el viaje y a su llegada a Quito, seguimos en contacto hasta que, dentro de su agenda, nos visitó en la ciudad donde trabajo. Cuando descendió del avión, me envió un mensaje que incluía una foto de él y su compañero de viaje, Paúl, el gerente regional de distribución para América Latina. Era una visita muy importante, huelga decir.

Aunque a través de chat nos saludábamos como amigos, yo había investigado el modo más respetuoso y formal de saludar a un ciudadano chino, cuando de negocios se trata. Entendí, de los videos que vi, que saludar sacudiendo la mano o abrazando y dando palmadas en la espalda, era por demás invasivo e irrespetuoso, excepto si era un amigo muy cercano. Decidí que, en cuanto los tuviera cerca, haría una pequeña inclinación, de unos 30°, dirigida a Paúl, primero, y luego a Tim, en orden de importancia, como decía el tutorial de youtube.

Junto a mi estaba mi socio, el gerente de la empresa. Al salir por la puerta del pequeño aeropuerto de la ciudad, Paúl se acercó directamente a mi socio y Tim me saludó a mi.

Justo en ese momento sucedió el desastre. Él había visto videos de cómo se saluda en Ecuador, es decir, estrechando la mano y abrazando a la persona, si te es muy cercana. Para mi, saludar implicaba realizar una inclinación de 30° y para él, acercarse a darme un abrazo. El golpe fue muy duro, a mi me dolió la cabeza, a él le partí el tabique nasal.

Paúl y mi socio, estrechándose las manos entre sí, no podían creer lo que veían. Tim sangraba y yo no sabía cómo reaccionar. Tras unos eternos segundos vergonzosos, a Paúl se le vino una carcajada sonora que rompió el incómodo silencio y aflojó el ambiente de tensión.

Tras una visita al subcentro de salud, donde todo salió muy bien, fuimos a comer maitos de tilapia mientras cada uno contaba cómo había vivido la dolorosa experiencia de Tim.

Fin.

martes, 12 de marzo de 2019

¿Función pública?

A raíz de los 77.000 candidatos a ocupar 11.000 espacios en la función pública en las elecciones del 24 de marzo de 2019 en Ecuador, se me ocurre un mecanismo para controlar la corrupción, motivación por la cual, una gran mayoría de esos candidatos se inscribieron. Es decir, no buscan servir en la función pública tanto como servirse y lucrar de ella.

Unas ideas al respecto.


  1. Cada persona que se inscriba como candidato, debe entregar declaración juramentada a la Contraloría de sus cuentas bancarias e inversiones locales y extranjeras, propiedades locales y extranjeras, paquetes accionarios locales y extranjeros. Si no tiene separación de bienes, también los de su cónyuge y/o pareja actual, así como de sus hijos mayores de edad. Si tu función va a ser pública, tu información financiera también, así se podrá controlar, desde el estado, el movimiento financiero de tu entorno una vez que llegues a ejercer cargo o representación.
  2. Cada candidato suscribirá un acuerdo para permitir al estado analizar la información financiera presentada y aceptará las sanciones respectivas en caso de demostrarse ocultamiento de información, falsedad o inducción a engaño.
  3. Una vez que gane las elecciones, no hace falta que renuncie a los paquetes accionarios locales ni extranjeros, ni siquiera los offshore. Cada persona tiene derecho a poseer y asociarse, de manera lícita, y hacer empresa libremente. Incluso, es más fácil controlar la contratación de empresas vinculadas, si se conoce dónde tiene acciones o no la familia y el entorno de la autoridad elegida.
  4. El sueldo será acreditado a una tarjeta de débito universal, la misma que le servirá para pagar TODOS sus gastos, hasta el límite que el sueldo lo permita, cada mes. Si posee tarjetas de crédito, que las use, con tranquilidad, pero los abonos a esas tarjetas se controlarán y vigilarán a través de la tarjeta estatal. (No puede haber más gastos que ingresos en un flujo de caja saludable, digo yo).
  5. Si las empresas de las que es parte la autoridad electa le entregan utilidades, beneficios, usufructos,etc., esos valores los podrá usar como bien quisiera, sin control ninguno por parte del estado, excepto el de contabilizar el flujo para cuadrar la caja. El que tiene dinero lo usa como quiere.
  6. Periódicamente, la Contraloría y la UAFE presentarán informes respecto del flujo de caja de cada funcionario público, aquel que incumpla con la normativa o haya ocultado información será destituido inmediatamente e investigado por enriquecimiento ilícito de ser necesario.
Quizá parece exagerado lo descrito, sin embargo, si alguien tiene el buen deseo de servir a la sociedad y al prójimo desde la función pública, no veo porqué habría de asustarles que el estado conozca su información financiera y la use para analizar el buen uso del cargo para el que fue electo por la ciudadanía.

Por como se mal utiliza la función pública es que el estado (cada uno de los 17 millones de ecuatorianos) pierde miles de millones al año en corrupción y sobreprecios. Debería preocuparnos y mucho, no tanto la asociación lícita de los funcionarios o aspirantes a serlo como la asociación ilícita para delinquir por la cual hay varios ex-gobernantes y ex-funcionarios presos en Latacunga o prófugos en Bélgica, USA, Panamá, Venezuela...

Aunque, claro, el mayor miedo será que esa información se use para quemar en la hoguera de las redes sociales a alguien por millonario y a otro por muerto de hambre. Quizá debería importarnos más cómo salen los bolsillos del político después del ejercicio público y no tanto cómo entran.

Suele suceder que los políticos honestos son los que menos triunfan en política y eso debería cambiar.


sábado, 28 de octubre de 2017

Sed, de ser.


Sed, de que las noticias me traigan sonrisas de niños felices, campesinos que no huyen de la pobreza, madres que no mendigan el pan de sus hijos a un tipo que les llenó de te amos la cama y los abandonó por otro cuerpo extraño.

Sed, de miradas firmes, de manos que aprietan sin cruzar dedos tras la espalda. Sed de sueños que se rompen cuando el cascarón da paso a la felicidad del reto cumplido.

Sed, de ser.

Sed, de que la mente de la gente sea su mayor espejo, la fuerza motriz de sus acciones, y la cárcel para sus pendejadas y mentiras.

Sed, de que las palabras no siempre se vuelvan piedras lanzadas sin más y de que las balas sean de algodón de azúcar que, en lugar de arrancar vidas, eleven suspiros, de esos que cosecha Cupido un día al año, un maldito día al año.

Sed, de ser.

Sed de que el único daño que nos hagamos, como humanos, sea el de abrazar demasiado fuerte o dislocarnos la mandíbula de tanto reír. Sed de felicidad.

Sed de felicidad, de la buena, de la que es espuma de bañera y copa de vino al filo de sus labios.


Sed, de ser mejores humanos.