jueves, 19 de marzo de 2015

Bandera

Entre sangre y gemidos, sollozos y frío.
Así nos recibe el mundo, así nos pare la madre, bañados de colores, rodeados de banderas.

Y vamos creciendo y nos hablan de la patria, del país, redil con mallas imaginarias, al que nos pertenecemos y que nos envuelve en colores que la historia nos legó como insignia.

Y al crecer le juramos lealtad y servicio, protegerla y servirla, cual madre, cual novia que espera nuestro amor sublime, inmenso, profundo.

Con los años los colores van perdiendo su textura, aprendemos que los otros no son tan otros, tan lejanos, tan diferentes. Que nos une el idioma por encima de la bandera. Y, cuando el idioma nos separa, nos acoge la música, el deporte, la literatura, los mares y la vida.

Sufren por nosotros aunque no nos vivan a diario, se nos enternece el alma cuando a esos, tan extraños, abanderados ajenos la desgracia los abruma.

Nos gana la sangre, ese primer vínculo humano, hermano, cercano. La primera y única bandera.

Desde allá, donde la atmósfera se pierde y el espacio cuasi infinito nos gobierna, hay un color que nos engloba y nos define, un azul sincero y limpio, con apenas rastros de café y blanco. Un azul de vida, de libertad, un azul de hermanos...

Nacemos entre el rojo de la sangre de la madre, pero con el azul de la madre Tierra como sello indeleble de hermanos.

La vida es mi bandera.

jueves, 12 de marzo de 2015

La novia nueva...

Cada mañana, al borde de las 4 de la mañana, te levantabas para atender a tu esposo y a tu prole que, tranquilamente, siguen soñando con un mejor futuro.

Vas preparando el desayuno y planeando el almuerzo, las tareas del hogar, revisar el campo y coordinar, con la mama Luna, el arado, los sembríos, el aporque, el abono, la cosecha... esa lucha diaria para obtener un café que llena de su aroma media América, el sabor único del chocolate que cruza el Atlántico y endulza paladares mas allá de donde entienden tu lenguaje.

El banano, la papa, las frutas tan generosamente producidas por la madre Tierra... en fin, tu vida es el campo y de él obtienes cuanto tu marido administra en el mercado y se alimentan tus hijos.

Pero una mañana, tras una charla con los amigos en el mercado, él descubre un brillo nuevo en otros ojos, un fuego ardiente en otras caderas, un deseo insaciable en otro lenguaje...

Se le acerca ella, vestida de negro, tentando con su aroma y su color, rodeada de nuevos amigos y lo incluye en un roce social que no imaginaba existía. Se vuelve socio de un nuevo club, ya no regresa a casa a buscarte y contarte sus alegrías y desvelos camino del mercado. Ya no te cuenta cuánto ganan o cuánto pierden. Ya no cuenta contigo.

Y tú sigues sembrando y sigues labrando la tierra, sudándola a diario, sembrando esperanza y cosechando, en tus hijos, gratitud muy simple y en algunos abandono.

Y el café, el cacao, el banano, la fruta... se enojan contigo y dejan de darte mil alegrías.  Te falta un brazo firme que sostenga el arado, te falta quien coseche y negocie lo que produces. Él ya es feliz en los brazos de una amante mas joven, mas moderna, mas de la ciudad.

Tras él corren tus hijos y te dejan cargando con las tareas de labranza sola, peleando con las sequías y los crudos inviernos. Peleando sola... Mirando al horizonte, clamando por un futuro, esperando que vuelvan, esperando que quieran volverte a querer... esperando!

Y un buen día te llaman, te vienen a visitar, te piden que produzcas más, que no eres eficiente y que ellos, en la ciudad, pasan hambre mientras tú holgazaneas. Te cuentan que en otros lares hay gente que produce mejor, en menos espacio de tierra y sin tanto sufrir, que deberías hacer lo mismo y dejar de llorar...

Que las ausencias no alimentan a nadie y las quejas no sacian la sed.

Y él, del brazo de la novia nueva, ahora piensa en ti, porque ella ya no lo puede alimentar ni sostener. Porque ella ha perdido brillo y valor, porque ya no le alcanza con lo que ella gana para ser feliz.

Y no vuelve a ti, no. Tampoco se disculpa contigo ni con tu tierra. Te exige sostengas su estilo de vida sin dejarla a ella.

Han pasado los años en los que el dinero le sobraba y lo malgastaba en la juerga y las fiestas, en repartir monedas a cambio de lisonjas... y a ti jamás te ayudó con tus batallas diarias por trabajar la tierra y hacerla producir.

Ahora que la cotización de la novia nueva ya no es suficiente, vuelve a ti.

Viene a exigirte que lo alimentes pero ya no sabe de arado, ni de lodo, ni de luchar. Se ha vuelto exigente, refinado, citadino, odioso...

Él ya no es tuyo ni de nadie. Las deudas lo agobian. El dinero le falta. Los hijos citadinos le exigen más y más.

Y tú sigues labrando tu tierra.

Tú sigues siendo campo y él ya no sabe cosechar.