La concepción del ser humano – hombre – persona en cuanto
tal, responde siempre a la necesidad de contestar a la pregunta básica: ¿Quién
soy?
Teorizando, a lo largo de toda la historia de la humanidad,
se ha dado un proceso de des-teologización
de dicha pregunta. La filosofía ha ido respondiendo a ese deseo original
de “saberse” que toda persona tiene, desde distintos frentes teóricos.
El sustancialismo buscó descubrir la respuesta a dicha
cuestión radical desde la relación de la persona con su ORIGEN. “Quien soy”
debe ir definido desde el “de dónde vengo”. Preguntarse por la esencia de la
persona equivalía a tratar de descubrir
por qué en medio de tantas “esencias” existentes, la de la persona era
diferente, única y particular. Había que
intentar conocer ¿qué hace diferente a la persona del resto de esencias
existentes?, para comprender completamente su particularidad, sin embargo, en
dicha perspectiva analítica del origen “particular” del ser humano ya se hace
referencia intrínseca a una relación
comparativa y diferencial de las demás esencias – creaturas existentes
alrededor.
La persona se descubre (pregunta por su esencia y origen) y
se define (trasciende) en cuanto se relaciona con los demás. Descubre su
esencia humana en cuanto la descubre en sus semejantes. Sin embargo, ante
ellos, descubre su particularidad única pues aunque son semejantes no son
iguales.
Independientemente de las múltiples teorías sobre el origen
del yo, todas confluyen en cuanto a la necesidad de pensarnos “en relación”
con: uno mismo, la naturaleza, los demás seres humanos y “el origen” de todo.
La existencia propia y la conciencia de la existencia propia son producto de la
relación de la persona consigo misma.
Tender hacia una explicación menos teológica del origen de
la persona, origina una segunda pregunta existencial básica ¿Hacia dónde voy?
Importa menos el punto de partida que el de llegada. Pues la mera existencia no
es respuesta en sí. Existimos PARA algo.
En esta perspectiva de autoconocimiento y autotrascendencia el
concepto de persona halla una complementariedad que el sustancialismo no
alcanza a responder por sí solo y que la relacionalidad tampoco logra englobar.
La pendulación histórica entre ambas preguntas básicas nos
lleva a buscar un camino más complejo y, por ello, completo. Un camino que
conjugue ambas visiones o, más
específicamente, permita a cada persona hallar una respuesta adecuada y
conforme a sus propias preguntas. A cómo, cuándo, y porqué las formula.
Haber roto los sellos “sagrados” de prohibición de pensar,
ha permitido que cada persona busque y genere conocimiento sobre su propia
existencia, comparta esas conclusiones con los demás sin temor al anatema y, en esa relación cognitiva,
encuentre no sólo las respuestas que busca sobre ¿quién es? Y ¿a dónde va?,
sino que, también sea capaz de dotar de sentido su permanencia en la vida; es
decir, hacer que la existencia tenga en sí misma valor y sea respuesta a sus
necesidades de sentido de existencia, en relación con su yo, los demás, la
naturaleza y su Origen tan especial, único y particular.
Y tú, ¿ya sabes quién eres?