sábado, 28 de octubre de 2017

Sed, de ser.


Sed, de que las noticias me traigan sonrisas de niños felices, campesinos que no huyen de la pobreza, madres que no mendigan el pan de sus hijos a un tipo que les llenó de te amos la cama y los abandonó por otro cuerpo extraño.

Sed, de miradas firmes, de manos que aprietan sin cruzar dedos tras la espalda. Sed de sueños que se rompen cuando el cascarón da paso a la felicidad del reto cumplido.

Sed, de ser.

Sed, de que la mente de la gente sea su mayor espejo, la fuerza motriz de sus acciones, y la cárcel para sus pendejadas y mentiras.

Sed, de que las palabras no siempre se vuelvan piedras lanzadas sin más y de que las balas sean de algodón de azúcar que, en lugar de arrancar vidas, eleven suspiros, de esos que cosecha Cupido un día al año, un maldito día al año.

Sed, de ser.

Sed de que el único daño que nos hagamos, como humanos, sea el de abrazar demasiado fuerte o dislocarnos la mandíbula de tanto reír. Sed de felicidad.

Sed de felicidad, de la buena, de la que es espuma de bañera y copa de vino al filo de sus labios.


Sed, de ser mejores humanos.