Sed, de que las
noticias me traigan sonrisas de niños felices, campesinos que no huyen de la
pobreza, madres que no mendigan el pan de sus hijos a un tipo que les llenó de te
amos la cama y los abandonó por otro cuerpo extraño.
Sed, de miradas
firmes, de manos que aprietan sin cruzar dedos tras la espalda. Sed de sueños
que se rompen cuando el cascarón da paso a la felicidad del reto cumplido.
Sed, de ser.
Sed, de que la
mente de la gente sea su mayor espejo, la fuerza motriz de sus acciones, y la
cárcel para sus pendejadas y mentiras.
Sed, de que las
palabras no siempre se vuelvan piedras lanzadas sin más y de que las balas sean
de algodón de azúcar que, en lugar de arrancar vidas, eleven suspiros, de esos
que cosecha Cupido un día al año, un maldito día al año.
Sed, de ser.
Sed de que el
único daño que nos hagamos, como humanos, sea el de abrazar demasiado fuerte o
dislocarnos la mandíbula de tanto reír. Sed de felicidad.
Sed de felicidad,
de la buena, de la que es espuma de bañera y copa de vino al filo de sus
labios.
Sed, de ser
mejores humanos.