lunes, 12 de agosto de 2019

Nin Hao

Estaba nervioso.
Había charlado, desde hace nueve meses, en un inglés de medio pelo, usando bastante el traductor gratuito de mi teléfono, con Tim, el vendedor de la empresa que nos ha despachado 5 contenedores de varios productos de acero en el último año.

Sabía, por las charlas, que él no había visitado Latinoamérica antes y estaba emocionado, muy emocionado por visitar esta parte del mundo y conocer nuestras costumbres, la gente y, particularmente, los lugares donde se bailaba reguetón, donde las mujeres bailaban reguetón, para ser más preciso.

Después de varios mensajes durante el viaje y a su llegada a Quito, seguimos en contacto hasta que, dentro de su agenda, nos visitó en la ciudad donde trabajo. Cuando descendió del avión, me envió un mensaje que incluía una foto de él y su compañero de viaje, Paúl, el gerente regional de distribución para América Latina. Era una visita muy importante, huelga decir.

Aunque a través de chat nos saludábamos como amigos, yo había investigado el modo más respetuoso y formal de saludar a un ciudadano chino, cuando de negocios se trata. Entendí, de los videos que vi, que saludar sacudiendo la mano o abrazando y dando palmadas en la espalda, era por demás invasivo e irrespetuoso, excepto si era un amigo muy cercano. Decidí que, en cuanto los tuviera cerca, haría una pequeña inclinación, de unos 30°, dirigida a Paúl, primero, y luego a Tim, en orden de importancia, como decía el tutorial de youtube.

Junto a mi estaba mi socio, el gerente de la empresa. Al salir por la puerta del pequeño aeropuerto de la ciudad, Paúl se acercó directamente a mi socio y Tim me saludó a mi.

Justo en ese momento sucedió el desastre. Él había visto videos de cómo se saluda en Ecuador, es decir, estrechando la mano y abrazando a la persona, si te es muy cercana. Para mi, saludar implicaba realizar una inclinación de 30° y para él, acercarse a darme un abrazo. El golpe fue muy duro, a mi me dolió la cabeza, a él le partí el tabique nasal.

Paúl y mi socio, estrechándose las manos entre sí, no podían creer lo que veían. Tim sangraba y yo no sabía cómo reaccionar. Tras unos eternos segundos vergonzosos, a Paúl se le vino una carcajada sonora que rompió el incómodo silencio y aflojó el ambiente de tensión.

Tras una visita al subcentro de salud, donde todo salió muy bien, fuimos a comer maitos de tilapia mientras cada uno contaba cómo había vivido la dolorosa experiencia de Tim.

Fin.