Un gobernante con grillete es la mejor burla a la decencia y la honradez. Es la muestra de que los libros de historia silencian esa parte oscura y fétida de la administración pública, callando los nombres, apellidos, montos y circunstancias en que las arcas del estado, ese montón de dinero generado por los impuestos de la gente o la venta de los bienes públicos, fue y es usado como piscina de enriquecimiento privado, como tesoro propio del que se dispone a mansalva, del que se derrocha a placer, del que se reparte sin conciencia alguna de su valor, silenciando, en fin, esa memoria pública que no se debería olvidar para evitar repetirla nuevamente.
Y es una muestra, también, de que la justicia no llega tan lejos como para manchar el apellido de quien lo decide manchar a voluntad propia delinquiendo con los fondos públicos, o enseñando que el derecho humano a no ser vilipendiado es más fuerte que el derecho ciudadano a que el pueblo tenga memoria de su pasado sucio y evite un presente y futuro embarrado en la misma cloaca de sus abuelos y sus padres.
Y es que la justicia, al parecer, sigue jugando el juego de quienes formulan las leyes. Ellos dictan cómo se juzga y cuando no quieren ser juzgados compran la forma en que les gusta y quieren ser tratados.
Así es como aparecen jueces en las noticias, llevando dinero de dudosa procedencia y licor de mediana calaña a una cena de negocios con otros jueces, para mejorar la sentencia de algún caso en particular o de muchos casos que no se llegan a conocer. Y es que el uso ilícito de fondos públicos no se da solo para comprar y vender conciencias de servidores, secretarios, asesores, dirigentes, sino que sobrepasa lo administrativo y cae en las redes de la ciega justicia que parece haberse acostumbrado a ser manoseada, prostituida, usada por placer y para complacer a unos pocos y castigar con severidad sonora y cinematográfica a los otros, a la gran mayoría, a los que no amasan fortunas mal habidas y deben aceptar que el juez juzgue a su antojo y condene a placer.
Pero no desviemos la mirada del grillete, todavía no. Porque así como hay dos o tres servidores que además de cargar con la votación popular que los elevó al cargo que ostentan, también deciden cargar con el grillete, sin hacerle el feo a su significado, porque pesa menos que el dinero que los espera tras el breve periodo de vergüenza que los medios magnifican o silencian, de acuerdo con su postura y su precio pautado.
Y hay jueces y fiscales, contralores y abogados, veedores ciudadanos que se pintan de palomas mensajeras del bien y la moral y es solo una careta que oculta al lobo que espera su tajada para permanecer callado y enriquecerse a costa del silencio cómplice y fugaz.
Décadas de robo, latrocinio, sobreprecios, cientos de nombres, miles quizá, testigos mudos y pagados de esa cara oscura del gobierno, de la administración pública, de la infame tarea de robarle al pueblo al que se jura servir.
No son las leyes, señor juez, es cómo las interpreta usted. No son las prohibiciones, señor servidor público, es cómo las viola a placer. No es la mentira vestida de blanco, señor medio de comunicación, es cómo usted la cuenta a costo de una pauta fugaz.
No son los partidos políticos, querido lector votante, es cómo aúpas sus actos delictivos con tal de que hagan obra o te den un puesto en el poder.
Es un círculo vicioso donde la cadena se vuelve interminable y cuál círculo que es, inicia y termina en la cloaca fétida de la corrupción que dices aborrecer, pero aprovechas para enriquecerte cuando es tu turno de gobernar.
No es nuestro ADN, es nuestra capacidad de escoger el mal sobre el bien como norma vital. Y una gran mayoría, al tener la boina del poder, decide escoger el mal, la corrupción, la infamia, nadar en la cloaca con tal de llenar sus bolsillos.
El grillete es la muestra de que robar está bien cuando se tiene poder, porque el dinero mal habido y el poder son capaces de comprar justicia, publicidad, silencio e inocencia.