sábado, 14 de noviembre de 2015

La ciudad está enferma...

Soy Tena, (aunque puedo llamarme Quito, Guayaquil, París o Santiago...) tengo 455 años y sigo sintiéndome incompleta. He parido a tantos hijos que casi, casi, pierdo la cuenta. Unos vienen a vivirme, me visitan y se quedan, otros marchan y se enamoran de parajes que me son ajenos, me dejan. Y así me han venido los años encima, me he encontrado con que mis ríos y mis llanos ahora tienen pocos árboles y cada vez hay más gritos de niñas y de niños por doquier. El verde de la vida de la selva le ha dado paso a la vida sin selva, de cemento, de casas de madera, de techos de zinc y de carreteras.
Y se les ha olvidado a mis hijas e hijos que, cada uno que nace y viene a vivir en mis entrañas, recibe de mí una pieza clave en esta mi realidad, en este rompecabezas que soy. Dependo de cada persona, de su trabajo, de su labor, de su compromiso y su  paciencia para crecer y ser mejor, para no perderme y divagar sin rumbo ni futuro, para ser ciudad y ser madre de todos, para que todos hallen, en mis faldas maternas, el progreso y la vida feliz que anhelan

Poseemos todos, el poder implícito, con nuestra ciudadanía, de convertir a la ciudad en un motor sincrónico perfecto que transforme los recursos que le invertimos en riqueza para todas y todos, en desarrollo y progreso.
Tiene la democracia ese sabor especial a jolgorio y fiesta, a discusión amena, abierta y franca alrededor de la mesa materna. Tiene la democracia ese espacio casi virgen del encuentro de vecinos que discuten sus diferencias y en ellas hallan sus comunes anhelos, sus sueños fraternos y sus no tan diferentes realidades diarias.
La democracia encierra, en sí misma, la capacidad de crear espacios de encuentro, de discusión y conciencia, la ciudad nos grita y por lo general la callamos, la silenciamos con parches a la fuerza. Aunque parece que la ciudad es un lunar en medio de la selva, sin embargo, somos parte de la selva, del llano, la planicie y su agenda milenaria. Para que la ciudad crezca como cualquier ser vivo requiere que todos sus órganos tengan suficiente alimento, riego sanguíneo, ventilación adecuada y tiempo de descanso, de silencioso sueño que la fortalece y renueva.
Si la ciudad se enferma -¿qué ciudad no lo está?- no es cuestión de buscar milagros ni culpables, hay que arrimar el hombro todas y todos, desde la academia, el comercio, la fábrica, el servicio público, las entidades diversas, las confederaciones de vecinos, de todas las edades y de todas las trincheras. Y cuando al cuerpo le duele un miembro, todos le ayudan a recuperarse, no lo cortan ni lo desechan, no creamos muros que dividen al pobre del millonario ni pensamos en soluciones rápidas, las medicinas se aplican y se usan a conciencia sino el remedio puede ser peor que la enfermedad. Para curar al enfermo hay que escucharlo, con saber de la ciencia no basta, la experiencia cuenta mucho. Si la ciudad está enferma, los ciudadanos saben de qué adolecen y saben, claro que sí, qué remedio aplicar, los especialistas validan la información y lo hacen rápido, porque la vida –y la muerte – no esperan.
El Gobierno de la Gestión Visible es una estrategia de acción eficiente, táctica y compleja. Miles de ciudadanos no son capaces de cambiar la ciudad si no hay una estrategia que los guie. Podemos desperdiciar millones de dólares, pero la ciudad empeoraría si no se aplica con diligencia, honradez y presteza las estrategias, inversiones y acciones puntuales que la negociación dejó sobre la mesa.
La corrupción es la estrategia antiética del poder para pervivir y dominar la gobernabilidad de un pueblo. Sin liderazgos de principios los cambios no se darán, los parches costarán mucho y el progreso de la Pacha Mama sólo será un cacareo sin sentido de primera plana, repetitivo y deshonesto.
Darle la voz y la capacidad de decisión a quien vive a diario las necesidades y los enormes abismos de desarrollo que enfrenta es, precisamente, la vía de salida –que no escape- a la que la ciudad se enfrenta. Megalópoli, metrópoli, ciudad mediana o pequeña, todas son habitadas por miles y millones de seres racionales, hay que darles las herramientas para redirigir sus vidas y acciones; negarles las estrategias, herramientas y recursos es negarle a la ciudad su curación y encerrarla en el calabozo del subdesarrollo y la pobreza.
La ciudad es una empresa que no debería tener pérdidas, pues cuando ella pierde, pierde la familia, la sociedad, la raza humana, perdemos todos con cada niña o niño que no accede a la educación, la salud y la sana convivencia que quiere, que necesita, que le debemos.
El gobernante debería preferir que sus conciudadanos lo aplaudan por tener el progreso en sus manos, usarlo a diario, vivirlo a pleno y enriquecer a sus familias, barrios, comarcas y a la ciudad en sí, en lugar de vivir aplaudiendo promesas efímeras, mentirosas en su raíz, estrategias de empobrecimiento. La ciudad necesita hoy de gente que la quiera-construya libre, limpia, transparente, honesta… no que la use como fuente de recursos, de dinero inútil que engorda chequeras privadas, corruptas y violentas.


…Y sé que nuevos días se vienen, sé que no me dejarán sola, sé que la vida sigue siendo el norte al que todas y todos mis hijos apuntan.