Soy Tena, (aunque puedo llamarme Quito, Guayaquil, París o Santiago...) tengo 455 años y sigo
sintiéndome incompleta. He parido a tantos hijos que casi, casi, pierdo la
cuenta. Unos vienen a vivirme, me visitan y se quedan, otros marchan y se
enamoran de parajes que me son ajenos, me dejan. Y así me han venido los años
encima, me he encontrado con que mis ríos y mis llanos ahora tienen pocos
árboles y cada vez hay más gritos de niñas y de niños por doquier. El verde de
la vida de la selva le ha dado paso a la vida sin selva, de cemento, de casas
de madera, de techos de zinc y de carreteras.
Y se les ha olvidado a mis hijas e hijos
que, cada uno que nace y viene a vivir en mis entrañas, recibe de mí una pieza
clave en esta mi realidad, en este rompecabezas que soy. Dependo de cada
persona, de su trabajo, de su labor, de su compromiso y su paciencia para crecer y ser mejor, para no
perderme y divagar sin rumbo ni futuro, para ser ciudad y ser madre de todos,
para que todos hallen, en mis faldas maternas, el progreso y la vida feliz que
anhelan…
Poseemos
todos, el poder implícito, con nuestra ciudadanía, de convertir a la ciudad en
un motor sincrónico perfecto que transforme los recursos que le invertimos en
riqueza para todas y todos, en desarrollo y progreso.
Tiene
la democracia ese sabor especial a jolgorio y fiesta, a discusión amena,
abierta y franca alrededor de la mesa materna. Tiene la democracia ese espacio
casi virgen del encuentro de vecinos que discuten sus diferencias y en ellas
hallan sus comunes anhelos, sus sueños fraternos y sus no tan diferentes
realidades diarias.
La
democracia encierra, en sí misma, la capacidad de crear espacios de encuentro,
de discusión y conciencia, la ciudad nos grita y por lo general la callamos, la
silenciamos con parches a la fuerza. Aunque parece que la ciudad es un lunar en
medio de la selva, sin embargo, somos parte de la selva, del llano, la planicie
y su agenda milenaria. Para que la ciudad crezca como cualquier ser vivo
requiere que todos sus órganos tengan suficiente alimento, riego sanguíneo,
ventilación adecuada y tiempo de descanso, de silencioso sueño que la fortalece
y renueva.
Si
la ciudad se enferma -¿qué ciudad no lo está?- no es cuestión de buscar
milagros ni culpables, hay que arrimar el hombro todas y todos, desde la
academia, el comercio, la fábrica, el servicio público, las entidades diversas,
las confederaciones de vecinos, de todas las edades y de todas las trincheras.
Y cuando al cuerpo le duele un miembro, todos le ayudan a recuperarse, no lo
cortan ni lo desechan, no creamos muros que dividen al pobre del millonario ni
pensamos en soluciones rápidas, las medicinas se aplican y se usan a conciencia
sino el remedio puede ser peor que la enfermedad. Para curar al enfermo hay que
escucharlo, con saber de la ciencia no basta, la experiencia cuenta mucho. Si la
ciudad está enferma, los ciudadanos saben de qué adolecen y saben, claro que
sí, qué remedio aplicar, los especialistas validan la información y lo hacen
rápido, porque la vida –y la muerte – no esperan.
El Gobierno
de la Gestión Visible es una estrategia de acción eficiente, táctica y
compleja. Miles de ciudadanos no son capaces de cambiar la ciudad si no hay una
estrategia que los guie. Podemos desperdiciar millones de dólares, pero la
ciudad empeoraría si no se aplica con diligencia, honradez y presteza las
estrategias, inversiones y acciones puntuales que la negociación dejó sobre la
mesa.
La
corrupción es la estrategia antiética del poder para pervivir y dominar la
gobernabilidad de un pueblo. Sin liderazgos de principios los cambios no se
darán, los parches costarán mucho y el progreso de la Pacha Mama sólo será un
cacareo sin sentido de primera plana, repetitivo y deshonesto.
Darle
la voz y la capacidad de decisión a quien vive a diario las necesidades y los
enormes abismos de desarrollo que enfrenta es, precisamente, la vía de salida
–que no escape- a la que la ciudad se enfrenta. Megalópoli, metrópoli, ciudad
mediana o pequeña, todas son habitadas por miles y millones de seres
racionales, hay que darles las herramientas para redirigir sus vidas y
acciones; negarles las estrategias, herramientas y recursos es negarle a la
ciudad su curación y encerrarla en el calabozo del subdesarrollo y la pobreza.
La
ciudad es una empresa que no debería tener pérdidas, pues cuando ella pierde,
pierde la familia, la sociedad, la raza humana, perdemos todos con cada niña o
niño que no accede a la educación, la salud y la sana convivencia que quiere,
que necesita, que le debemos.
El
gobernante debería preferir que sus conciudadanos lo aplaudan por tener el
progreso en sus manos, usarlo a diario, vivirlo a pleno y enriquecer a sus
familias, barrios, comarcas y a la ciudad en sí, en lugar de vivir aplaudiendo
promesas efímeras, mentirosas en su raíz, estrategias de empobrecimiento. La
ciudad necesita hoy de gente que la quiera-construya libre, limpia,
transparente, honesta… no que la use como fuente de recursos, de dinero inútil
que engorda chequeras privadas, corruptas y violentas.
…Y sé que nuevos días se vienen, sé que
no me dejarán sola, sé que la vida sigue siendo el norte al que todas y todos
mis hijos apuntan.
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