En una nota de voz de casi 15 minutos, una amiga de Manta, 4 días después, me contó cómo vivió la tragedia que el sábado 16 de abril a partir de las 18:58 enlutó a todo un país, mi país, Ecuador.
42 segundos cambiaron la vida de más de 14 millones de personas de un pequeño país en el centro del mundo. Un punto subterráneo se rompió y sacudió la tierra bajo los pies de personas que estaban viviendo su noche de sábado, aprestándose a ir al templo de su fe a dedicarle una oración al dador de la vida, preparándose para ir de farra con las amigas y amigos, sentados frente a la TV haciendo zapping...
Y 42 segundos fueron suficientes para llevarse a cientos a otro lugar, porque entre los escombros y la oscuridad sus vidas fueron segadas, se apagaron entre un lamento, una oración surgida del pánico y la fe, mientas otros, entre la desesperación y el miedo, corrían lejos de todo lo que caía, buscando salvar su vida y la de los suyos.
"...
Y no paraba ese infierno, queríamos salir corriendo y la tierra no nos dejaba... nos miramos a los ojos, nos abrazamos y esperamos nuestra muerte..."
Su voz entrecortada, temblorosa, ahogada por el miedo, acribillada de terror recuerda el aciago momento, el deseo de salir corriendo y no poder, de buscar lugar seguro y saber que no lo había, la angustia de no haber vivido lo suficiente, de probar la sed por tener un poco más de tiempo, para vivir a los suyos, para hacer real el milagro de ser madre y que un niño te diga "mamá". 42 segundos fueron suficientes para ver la vida entera pasar y sufrir un futuro que se podía quedar bajo los escombros del que ha sido por más de 20 años su hogar. "
Mi mamita, desde el patio me gritaba, me llamaba que saliera que todo se estaba cayendo... Y yo no podía. Bajo el umbral de la puerta abrazada a él rogaba que ya pare y escuchaba como todo caía a mi alrededor..." ¿A dónde huyes cuando no hay salida? Tu mente te lleva a los momentos felices que tuviste y a los que quisieras vivir... "
Intentábamos salir y la onda de esa pendejada nos echaba hacia atrás...
Mi papi tampoco pudo salir del piso de arriba, le pasó lo mismo".
43 segundos después, terror por doquier, entre la oscuridad de la noche y el llanto de la gente, se escuchaban caer las paredes de los vecinos, los gritos y la angustia, nombres que el viento transportaba tratando de ubicar a los hijos, a la madre, a los amigos... Nombres que nos duelen al hacer recuento del desastre. Nombres que nos empujan a ayudar, que nos duelen como propios.
"...nosotros fuimos
bendecidos porque literalmente no nos pasó nada, más allá del susto y el terror
vividos, no nos pasó nada... Pero cómo duele enterarte de quienes lo perdieron todo, empezando por sus seres queridos..."
Y ahora empieza la tarea de reconstruirlo todo:
la confianza en la tierra que pisas a diario,
la confianza en la vida que vives de milagro
la confianza en la gente que te rodea y que te ayudó cuando todo se caía en pedazos
la confianza en que el amor no te suelta nunca cuando es de verdad
la confianza en la patria en la que no elegiste nacer pero que te abraza desde cada rincón y te ayudará a reconstruir lo que una noche de abril, un sacudón de la Pacha Mamá, te quitó.
Volveremos a sonreír.
A vivir!