miércoles, 13 de abril de 2016

El presidente invisible...

La última vez que lo vieron sonreír en cámara fue cuando se ciñó la banda que le otorgaba poder sobre la Constitución. A diferencia de su antecesor y aunque la ciudadanía pedía que la quemara ipso facto, decidió volver a darle equilibrio y estabilidad a su pueblo golpeado, adolorido, vejado por años. Juró su poder sobre la  constitución por la que una gran mayoría votó. Y, aunque habría que hacerle muchos cambios, decidió devolverle a la institucionalidad el respeto que se merece. Porque la historia como cualquier actividad humana se construye sobre el respeto.
Había crecido tanto el descontento por la figura del político que aparecía en todo canal, a toda hora, para repetir siempre lo mismo, que incluso, él mismo, estaba harto de ser político. Y su compromiso era dejar ese pasado en el congelador, colocar en terapia intensiva a la debilitada economía, invertir en la salud de su gente y sembrar dólares para cosechar progreso.
A diferencia del pasado y con el ánimo de que la confianza se fortalezca entre los vecinos locales y los extranjeros, pero no extraños, promovió un PARE urgente en esa tarea idiota de extraer dólares del subsuelo y echarlos a volar en aviones lejos del suelo patrio para depositarlos en arcas con hedor a corrupción y podredumbre, a promesas vanas y a mentiras cantadas como himno patrio.
No quería slogans nuevos, le molestaba el solo hecho de andarlo diciendo todo en verso y cerrar un discurso con el puño en alto vociferando palabras de un asesino serial del pasado oscuro de su querida América Latina. Y es que él nunca había llegado a tragarse el cuento de que aquel médico que mataba gente sin juicio ni reparo moral podía ser admirado por andar de boina y tabaco.
Y es que la revolución que hace mucha bulla es la que algo esconde y, por lo general, suelen ser gritos de angustia, dolor y miedo del pueblo que la sufre en carne propia. En huesos en realidad, porque no hay alimento, y en casos cercanos ni medicinas.
Y pasó la constitución por una cernidera de valores, escogió mejor a la gente que lo rodea, gente honesta que no le mienta, gente de barrio, pies de polvo y manos con callos. Gente que sabe lo que sufre la gente para llegar a fin de mes. Y es que sembrar desarrollo sólo es posible desde quien sabe sembrar, porque el ingeniero puede saber mucho de ciencia pero no sabe sembrar.

Y pasaron 100 días, 500 y llegó a los 1000 de su gobierno y ya casi nadie recordaba su rostro sonriendo, pocas fotos en los diarios y menos horas de TV, el presidente se volvió invisible pero en la calle, la gente caminaba con calma, el miedo había emigrado, la confianza volvió a invertir en suelo patrio y muchos recordaban el nombre del presidente y en silencio le agradecían que se haya vuelto tan invisible.

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