La última vez que lo vieron
sonreír en cámara fue cuando se ciñó la banda que le otorgaba poder sobre la Constitución.
A diferencia de su antecesor y aunque la ciudadanía pedía que la quemara ipso facto, decidió volver a darle
equilibrio y estabilidad a su pueblo golpeado, adolorido, vejado por años. Juró
su poder sobre la constitución por la
que una gran mayoría votó. Y, aunque habría que hacerle muchos cambios, decidió
devolverle a la institucionalidad el respeto que se merece. Porque la historia
como cualquier actividad humana se construye sobre el respeto.
Había crecido tanto el
descontento por la figura del político que aparecía en todo canal, a toda hora,
para repetir siempre lo mismo, que incluso, él mismo, estaba harto de ser
político. Y su compromiso era dejar ese pasado en el congelador, colocar en
terapia intensiva a la debilitada economía, invertir en la salud de su gente y
sembrar dólares para cosechar progreso.
A diferencia del pasado y con el
ánimo de que la confianza se fortalezca entre los vecinos locales y los
extranjeros, pero no extraños, promovió un PARE urgente en esa tarea idiota de
extraer dólares del subsuelo y echarlos a volar en aviones lejos del suelo
patrio para depositarlos en arcas con hedor a corrupción y podredumbre, a promesas
vanas y a mentiras cantadas como himno patrio.
No quería slogans nuevos, le molestaba el solo hecho de andarlo diciendo todo
en verso y cerrar un discurso con el puño en alto vociferando palabras de un
asesino serial del pasado oscuro de su querida América Latina. Y es que él
nunca había llegado a tragarse el cuento de que aquel médico que mataba gente
sin juicio ni reparo moral podía ser admirado por andar de boina y tabaco.
Y es que la revolución que hace
mucha bulla es la que algo esconde y, por lo general, suelen ser gritos de
angustia, dolor y miedo del pueblo que la sufre en carne propia. En huesos en
realidad, porque no hay alimento, y en casos cercanos ni medicinas.
Y pasó la constitución por una
cernidera de valores, escogió mejor a la gente que lo rodea, gente honesta que
no le mienta, gente de barrio, pies de polvo y manos con callos. Gente que sabe
lo que sufre la gente para llegar a fin de mes. Y es que sembrar desarrollo
sólo es posible desde quien sabe sembrar, porque el ingeniero puede saber mucho
de ciencia pero no sabe sembrar.
Y pasaron 100 días, 500 y llegó a
los 1000 de su gobierno y ya casi nadie recordaba su rostro sonriendo, pocas
fotos en los diarios y menos horas de TV, el presidente se volvió invisible
pero en la calle, la gente caminaba con calma, el miedo había emigrado, la confianza
volvió a invertir en suelo patrio y muchos recordaban el nombre del presidente
y en silencio le agradecían que se haya vuelto tan invisible.
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