martes, 29 de noviembre de 2016

Chapecoense, campeón.

Y ¿qué es la vida, si al final, su hermana, la muerte, nos espera a todos, de camino a la eternidad?
A veces la vida es  solo un susurro, unos minutos en una termocuna y lágrimas por lo que pudo ser. Una vida que no crece duele tanto que marca la de muchos, a su alrededor, sin siquiera haber logrado sonreír una vez.
Otras, la vida es un contar, casi aburrido, de años y sonrisas, de batallas y dolores, de pérdidas y silencios. Y al final, la tumba fría cuenta cómo se la vivió, resumiendo, una vida entera, en una frase que alguien mira al pasar.
A veces, la vida termina abruptamente, en un terremoto, con un coche bomba, en medio de una guerra sin razón, en un asalto a mano armada… y con la sangre haciéndose tierra, las lágrimas se mezclan con gritos de dolor, angustia y desesperación. Y muchas veces esos nombres se hacen olvido porque nadie queda para recordarlos y volverlos a vivir.

Porque la vida a veces duele a desaparición.

Más hoy, es un equipo de gente de otro país, deportistas con una camiseta en el hombro y sobre ella el sueño de miles coreando una canción: “Campeón”. Así, como un sueño, como un deseo inconcluso, como la vida misma, cuando uno gana y el otro pierde, cuando uno vive y el otro muere.

Chapecó es una ciudad perdida en el mar de ciudades que no conoceremos nunca, ni de nombre, que no nos suenan a nada. Pero hoy, ese nombre nos duele, hace que nuestra alma vibre y duela, porque nos cuenta historias de jóvenes que, persiguiendo un balón ansiaban la gloria, levantar una copa y colgarse una medalla que les cuente a sus hijos de una hazaña venida de abajo, sin bulla exagerada y sin demasiada pretensión. Una medalla que los haga sonreír, más de una vez, mientras siguen viajando por la vida y la memoria, por el hoy vivido con sabor a dulce ayer…

Hoy, el idioma del fútbol se olvidó de los colores, de la fama y de la gloria efímera de un partido que muchos de nosotros no habríamos visto porque no nos importaba. Hoy la vida nos recuerda que perseguir la gloria no nos debe hacer olvidar que todo tiene un final.

Y quizá no podamos pronunciar sus nombres y no sabremos, de seguro, cómo duelen esos nombres en los labios de sus madres, de sus hijos, de sus padres, de sus esposas, de sus hinchas. Nos rodará una lágrima como homenaje al sueño, al deseo de vivir, a la entrega de unos desconocidos que volaban y no quisieron aterrizar.

Las alas de su avión se los llevaron a la gloria eterna, esa que sabe a alegría, a paz, a recuerdo y sueño cumplido. La gloria de los nombres que no se pueden pronunciar pero que no se olvidarán.

Hasta ayer no los conocíamos, no nos llamaban la atención. Hoy nos duelen como todos aquellos que caen en desastres, guerras y tragedias. Porque la vida, de vez en cuando, nos recuerda el valor de cada persona y no necesita de nombres, nacionalidad, color de piel ni cuentas de banco para mostrarnos cuánto vale cada uno.

Vivan siempre en la memoria de sus familias y de sus amigos, en la garganta rota de sus hinchas y en los cánticos de alegría. En nuestro respeto profundo.

Chapecoense, para siempre, de la vida, campeón

viernes, 18 de noviembre de 2016

Desde la azotea

Hay ciudades y gente, minúsculos transeúntes haciendo de la calles un camino, un destino y un sinsentido.

Hay ciudades que, a la carrera, forjan progreso, crean riqueza, mueven dinero... Ciudades progreso.

Hay ciudades pequeñas, pausadas, pasmadas en el hilo del tiempo, ciudades ancianas de 400 años  o más que se sientan todo el día a la sombra de una palmera y ven la vida pasar. Cuchichean y bromean. Ciudades chisme.

Las hay jóvenes y ambiciosas, que se maquillan cada mañana y se vuelven tentación para todo mortal. Ciudades lujo, ciudades estrella fugaz. Porque, para pedirles un deseo, hay que pagar.

Y cada una devora gente, la enferma, la vuelve estéril, la invita a vivir con sed y a querer más, siempre más. Nacen unos, mueren otros, pueblos fantasmas, junglas de cristal.

Jaulas de acero, peleas de perros por despuntar y ganar más. Ciudades bulla...

Pero desde acá, desde la azotea, a varios metros del asfalto agrietado y sucio, todo parece engranado, girando a su ritmo, bailando una balada vital. Ellos van y vienen, ellas se roban las miradas de los que vienen y van. Todos buscan un algo, una fe en que creer y por la cual luchar.

Parques sin miedo, parasoles para ganarle al sol unas horas de alegría, cervezas frías, gritos errantes, noches de lujuria, gritos de miedo, histeria, placer, terror, angustia... Silencio matinal.

Desde la azotea, la calma, sin vida, sin muerte. Correteo y paz.