viernes, 18 de noviembre de 2016

Desde la azotea

Hay ciudades y gente, minúsculos transeúntes haciendo de la calles un camino, un destino y un sinsentido.

Hay ciudades que, a la carrera, forjan progreso, crean riqueza, mueven dinero... Ciudades progreso.

Hay ciudades pequeñas, pausadas, pasmadas en el hilo del tiempo, ciudades ancianas de 400 años  o más que se sientan todo el día a la sombra de una palmera y ven la vida pasar. Cuchichean y bromean. Ciudades chisme.

Las hay jóvenes y ambiciosas, que se maquillan cada mañana y se vuelven tentación para todo mortal. Ciudades lujo, ciudades estrella fugaz. Porque, para pedirles un deseo, hay que pagar.

Y cada una devora gente, la enferma, la vuelve estéril, la invita a vivir con sed y a querer más, siempre más. Nacen unos, mueren otros, pueblos fantasmas, junglas de cristal.

Jaulas de acero, peleas de perros por despuntar y ganar más. Ciudades bulla...

Pero desde acá, desde la azotea, a varios metros del asfalto agrietado y sucio, todo parece engranado, girando a su ritmo, bailando una balada vital. Ellos van y vienen, ellas se roban las miradas de los que vienen y van. Todos buscan un algo, una fe en que creer y por la cual luchar.

Parques sin miedo, parasoles para ganarle al sol unas horas de alegría, cervezas frías, gritos errantes, noches de lujuria, gritos de miedo, histeria, placer, terror, angustia... Silencio matinal.

Desde la azotea, la calma, sin vida, sin muerte. Correteo y paz.


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