viernes, 4 de septiembre de 2015

Alan Kurdi

El mundo amanece entre el jolgorio de la música de siempre, unos con audífonos, otros con parlantes en la calle. Unos cuantos en silencio pues prefieren contemplar el paisaje sin ruido ambiental...
Nadie ha visto llegar a Alan, el pequeño niño sirio de 3 años. Venía entre el vaivén de las olas, silencioso, ya ni lloraba... Cuando se embarcó en este viaje venía sostenido por Papá, ¿qué podría salir mal?
Tras horas de frío en un inmenso colchón de agua que lo separó de Papá, él dejó de temblar y empezó a soñar... la playa se agitaba en torno a él, pero ya no sentía nada. Sus sentidos se fueron con sus últimos gemidos y he aquí, ahora hay cámaras que lo retratan, hay portadas de cientos de diarios físicos y virtuales que lo abanderan como el punto máximo de un dolor que viene creciendo desde hace tanto tiempo.
Los mares se llenan de hombres, mujeres, niños y niñas, se comen sus sueños, los ahogan en silencio. Su fe los lleva a otro lado porque esa misma fe es motivo de su persecución y muerte. La irracionalidad del otro, la incomprensión del otro como ser igual en dignidad a nosotros, a los que vemos de lejos, a los que miran desde la cumbre de un rascacielos y piensan que NO PASA NADA.
Viene Alan, busca un espacio, nadie se lo quiere dar, las ciudades de Europa se vacían de la sonrisa de niños que nadie quiere hacer nacer, pero no hay espacio para él ni para los miles que vienen en balsas, náufragos, dejando la tierra firme que los vio nacer, en busca del mar que no les promete nada, tan solo una esperanza, la posibilidad de llegar...
Dejando la tierra firme que aman pero que alguien decidió incendiar.
A Alan el mundo ya no le duele, pero a su padre lo destruye una vez más. A sus hermanos de sangre y de fe, también... A diario, a miles, a quienes el mundo no los quiere acoger.
Suena la música, los audífonos callan la conciencia de quien quiere "hacer algo" pero está tan lejos que no puede hacer nada, mientras pasea por la calle de su ciudad y mira de reojo a una madre que vende chicles en una esquina, bajo el sol cuasi infernal de la mitad del mundo, lleva en brazos un niño dormido, no es Alan Kurdi, no tiene nombre y no tiene, tampoco, un sueño que se vaya a cumplir.
Naufraga el niño sirio y el ecuatoriano, bajo la inclemencia de conciencias que prefieren mirar desde el rascacielos de su seguridad, escuchando la música que les gusta y saboreando en su mente un NO PASA NADA que es como morfina para su deseo de cambiar el mundo para los demás.
Alguien recoge al pequeño niño sirio y se lo lleva como intentando pedir perdón a la humanidad, como queriendo silenciar la conciencia de quien quiere despertar.

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