¿Hace cuánto nuestra sociedad perdió la cabeza? ¿O es que nunca ha logrado definir un norte, un sentido, un rumbo y coordenadas hacia el cual dirigir su nave y esfuerzos?
Es 2015 y Aylan Kurdi y miles de niños sirios abandonan su tierra natal buscando vida, o, mejor dicho, huyendo de una muerte segura en su patria... para hallarla en el mar que sabía a libertad. No todos hallan vida al final del improvisado viaje. Alan fue uno de ellos.
Ana Frank se escondía entre los muros de una casa con la esperanza de que soldados nazis no la hallasen, ni a su familia. Dos años de silencio y angustiante espera eran su razón de ser, aunque ansiaba la libertad de cualquier niño, la de escribir una historia, la de vivir en paz. Al final, la paz no llegó a tiempo y su vida se extinguió en las lúgubres paredes de un campo de concentración entre febrero y marzo de 1945.
Yoon Deok-so salió despavorido, una mañana de diciembre de 1950, de su natal Hungnam en compañía de su padre, madre y 3 hermanos menores. En el intento por abordar un barco que los alejara de una muerte segura, su hermana menor se extravía y su padre vuelve a buscarla entre el atropellado tumulto de koreanos huyendo del ejército chino que retoma el poder y evita el avance de USA. Años más tarde hallará a su hermana extraviada, pero no volverá a ver a su padre.
Es 8 de junio de 1972 y Kim Phuc se convertirá en símbolo de un guerra cruel y sin sentido, como acaso son todas las guerras. Desnuda huye del fuego, con la piel ardiendo bajo el efecto del napalm con que Vietnam hiere a Vietnam, porque esta guerra es como toda guerra, sin dueño y sin razones ni lógica. Kim sobrevive a esa horrible mañana pero su cuerpo recuerda, cada día, el dolor de ser una niña vietnamita en el lugar equivocado... de la historia.
Y son cientos y miles, o acaso millones los nombres que podrían seguir desfilando, contando historias o callándolas. Porque cuando no se puede ser niño, ser libre, jugar y saltar, correr y leer, aprender a contar, a sumar y a multiplicar... algo, o mucho, de la historia se muere en silencio. Estos nombres que conocemos a medias o no hemos escuchado jamás son gritos y golpes, son cantos de vida, una especie de estrella fugaz en la oscura noche de la humanidad, esa noche que no hemos aprendido a iluminar desde que logramos dominar el arte del fuego.
Y es que ese arte, en manos equivocadas, ha sido precisamente el origen de tanta muerte, tanto odio y tanto miedo. El adulto, en medio de una guerra, del caos, de la muerte rondando, silbando como bala, rugiendo como misil, puede negar su miedo, puede actuar con coraje y por supervivencia vencer su instinto de temer y buscar una salida, pero, un niño indefenso, ¿puede acaso no sentir temor ante el agujero negro que implica ver la vida irse en hilos de sangre, en explosiones de dolor, en gritos desgarradores o en gemidos ahogados en el mar?
Lo que se nombra existe, es recuerdo, memorial y presencia.
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Ah! cuan rápido pasan las noticias en la TV, cuan pronto cambian las tendencias en redes sociales y saltamos del dolor abrumador de ver el rostro de niños heridos, mutilados, muertos... a la risa fácil de un chiste tonto o a la alegría fugaz de un nuevo juguete virtual...
Y esos rostros se nos quedan en el pasado, en el olvido, en la nada, en el like que nada cambia, en un post como este!
Lo que se nombra existe, es recuerdo, memorial y presencia.
Por eso la palabra nos define como sociedad, por eso dividimos la prehistoria de la historia, cuando logramos dominar la palabra y darle sentido, perennidad y existencia.
Por ello la palabra es capaz de evocar sentimientos, recuerdos, aficiones, sueños, fracasos, dolor, es capaz de provocar miedo, angustia, alegría, paz, esperanza... porque nos define como seres con capacidad de memoria y de futuro.
Aylan, Ana, Deok-so, Kim son nombres, palabras de idiomas distintos, de momentos diferentes de la historia, de costumbres que nos son ajenas y sin embargo, nos duelen, porque la historia humana es una, como uno es el arco iris con sus variados colores, porque una es la barca en que navegamos hacia un universo cada segundo más grande, cada vez más inexplicable.
¿Qué elemento le ganará la batalla al tiempo y se convertirá en nuestra huella histórica? ¿Acaso la forma en que usamos el fuego para marcar al otro y dominarlo? ¿O quizá la capacidad de usar la palabra para, respetando y valorando las diferencias que tenemos, construir un mejor mañana, una memoria menos dolorosa que la que hemos escrito hasta hoy?
¿Qué nos puede dar la guerra que no nos pueda regalar la Paz?
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