lunes, 18 de enero de 2016

El necio que no quiso rectificar...

Ecuador va cerrando una década marcada por la polarización, el enfrentamiento y los insultos de cada sábado. Una década en la que la clase política desapareció del mapa, incapaz de hacer frente al vendaval de la revolución de Correa. revolución que inundó todos los medios, y por todos los medios posibles, la vida, el pensamiento, la economía, el lenguaje, la cultura, las redes sociales y todo aquello que tiene con ver con el día a día de la vida de los ecuatorianos y ecuatorianas.
La abundancia de recursos financieros provenientes del petróleo y sus años de dorado esplendor junto con la enorme deuda pública contratada por varios mecanismos y a costos de intereses demasiado altos, según muchos especialistas y analistas, crearon el marco perfecto para pintar un cuadro impresionista de la otrora "banana republic" que daba paso a una sociedad capaz de ser el jaguar de latinoamérica, la punta del iceberg del crecimiento económico, la punta de lanza de un proyecto revolucionario capaz de darle vida digna a todas y todos... Pero el cuadro terminó siendo una maltrecha obra de garabatos sin concierto que nadie quiso comprar, que pocos comprenden y que casi nadie quiere llevar a cuestas, porque pesa mucho, se entiende menos y vale muy poco... Una burbuja de jabón.

"Ahorramos gastando e invirtiendo", dice el economista, pero lo que no dice, quizá porque no sabe la respuesta, es el cómo vamos a encarar los siguientes 5 años de la historia económica de Ecuador.

Justo ahora que la crisis golpea a todo aquel que ha invertido en su país, que cree en el futuro de su patria, que sueña con dejarle una herencia de tranquilidad a sus hijas e hijos, justo ahora, las vacas flacas vienen a golpear a la puerta y nos encuentran sin reservas ni ahorros. 
Y sin embargo, el gobierno, en lugar de reconocer el absurdo error de no ahorrar en medio de la bonanza y aplicar políticas firmes de ahorro, sigue generando deuda con obras mal planificadas, sin financiamiento serio y negociando con nuestras materias primas a precios irrisorios y, como sucede con el petróleo, nos cuesta más venderlo que dejarlo enterrado. 
Y en los interminables discursos de los sábados la cantaleta sigue siendo la misma: somos los buenos y somos más, los pesimistas son los malos y no saben nada, son menos y no hay que escucharlos. los opositores son los culpables de la crisis económica de la patria porque apoyaron el feriado bancario del año 2000, porque fueron parte de esos gobiernos nefastos, porque se vendieron a la derecha internacional y a sus oscuros intereses... 
Pero, me pregunto, cansado de escuchar el mismo sonsonete discursivo, ¿acaso esa partidocracia vendida, la oposición mediocre, los ambientalistas infantiles, los inconformes con todo, han gobernado estos últimos 9 años el país? ¿Acaso ellos contrataron las innumerables obras que hoy están paradas, con pagos pendientes, con dudosa calidad de materiales, con presupuestos que sobrepasan los originales siempre, obras que no tenían estudios serios, adecuados, técnicos?  ¿Acaso ese grupito de mediocres vendepatria contrataron la deuda con China que ahora no sabremos pagar pues el barril de crudo se está valorando en $4 menos de lo que nos cuesta extraerlo? ¿Acaso ellos contrataron con sobreprecio las ambulancias, los helicópteros caídos, los radares que nunca llegaron? ¿Será que la oposición y los inconformes, como yo, son quienes cobraron coimas millonarias en nombre del actual gobierno por obras deportivas o por un sistema de agua que, en 9 años, no han podido construir?

"El pasado no volverá" grita flexionando la voz para ridiculizar a esos que nunca han ganado elecciones. Esos a quienes ha derrotado tantas veces como Honoris Causa ha recibido.Y es que él es un campeón en la arena del yoísmo, la parafernalia verbal, los sincronismos imaginativos, las revoluciones de papel, los secuestros lacrimógenos...

Y el gobierno de Correa se irá, se irán las fiestas revolucionarias y las plazas llenas, los buses repletos, las banderas verdes, su sonrisa burlona, sus desplantes petroleros, los supersueldos y las mayorías aplastantes. Se irá inaugurando obras por doquier durante el año electoral en ciernes, obras que el gobierno que viene tendrá que pagar.

Y la única herencia que nos dejarán es una economía en cenizas, una patria dividida y deudas, muchas deudas, que los 15 millones de ecuatorianos deberemos pagar.

La quemadura de piel de la larga mañana revolucionaria nos va a arder.

jueves, 31 de diciembre de 2015

Un poquito de paciencia...

Son las 11:45 de un jueves caluroso, la fila de pacientes crece a cada minuto y no parece que vaya a mermar. Los recién llegados a la fila reclaman airados y los que llevan casi dos horas esperando sólo se acomodan en las sillas nada ergonómicas mientras usan un par de hojas del Telégrafo o el Ciudadano para procurarse algo de viento fresco que alivie el estúpido calor.
Ante el reclamo airado de una dama de 70 y piquito por tanta espera, el guardia apela a un artículo de la constitución y la amenaza con sanciones y cárcel... Sale un caballero de 50 y algo a defender a la dama y el guardia, ante la inquisidora (asesina) mirada de casi 30 personas sólo alcanza a decir: "un poquito de paciencia, por favor..."

A tres ciudades de distancia, una fila de personas, dinero en mano, intenta tranzar con el fruto de su trabajo o el de un tercero, cubrir un pago urgente o el mínimo de una tarjeta en rojo, mientras la impávida cajera trabaja al ritmo que sus manos y su chuchaqui cerebro logran procesar los montones de billetes que, para ella, nada significan, sino sólo papel, sucio y machado, papel con tinta y nada más. Para romper el paisaje, un guardia bancario anuncia del peligro de "hacer caso" a paquetes, fundas, bolsos y demás bultos sospechosos dentro de la agencia o fuera de ella, no vaya a ser que se quede sin su dinero por soñar con la riqueza instantánea que a Midas enloqueció. Y cuando agradecen el aviso, tímidas voces reclaman celeridad, y el fornido guardia, contesta con un mágico: "un poquito de paciencia, por favor..."

Por aquí y por allá, un ingeniero en sistemas retuerce su cerebro intentando mejorar la experiencia de molestos clientes de operadoras telefónicas que acusan problemas en sus líneas, en el uso de sus megas, en el envío de tuits y posts de facebook y unas cuantas redes sociales más, a las que el ingeniero odia con su sudorosa alma... Y en el otro lado de la pantalla multicolor, unas letras apaciguadoras contestan con mensajes esperanzadores de soluciones inmediatas, pero siempre terminan con "un poquito de paciencia, por favor..."

Ya mismo termino, "un poquito de paciencia, por favor...", y el cliché jode porque, aunque brinda esperanza de solución, no logra nada real. Apela a la capacidad de soportar el sufrimiento que las mujeres y los hombres deben tener en esta sociedad de automatismos y apuros, de inmediatismo y celeridad. Y apela, por otro lado, a la incapacidad del que pide paciencia para solucionar el inconveniente, problema, molestia, porque no está en sus manos, porque no sabe cómo o, porque depende de terceros para ser más eficiente o menos lerdo, como lo quieran ver.

El incapaz pide paciencia, siempre, porque no sabe hacer nada más. Porque no puede solucionar el problema,

Nos gobierna un incapaz (?).

sábado, 14 de noviembre de 2015

La ciudad está enferma...

Soy Tena, (aunque puedo llamarme Quito, Guayaquil, París o Santiago...) tengo 455 años y sigo sintiéndome incompleta. He parido a tantos hijos que casi, casi, pierdo la cuenta. Unos vienen a vivirme, me visitan y se quedan, otros marchan y se enamoran de parajes que me son ajenos, me dejan. Y así me han venido los años encima, me he encontrado con que mis ríos y mis llanos ahora tienen pocos árboles y cada vez hay más gritos de niñas y de niños por doquier. El verde de la vida de la selva le ha dado paso a la vida sin selva, de cemento, de casas de madera, de techos de zinc y de carreteras.
Y se les ha olvidado a mis hijas e hijos que, cada uno que nace y viene a vivir en mis entrañas, recibe de mí una pieza clave en esta mi realidad, en este rompecabezas que soy. Dependo de cada persona, de su trabajo, de su labor, de su compromiso y su  paciencia para crecer y ser mejor, para no perderme y divagar sin rumbo ni futuro, para ser ciudad y ser madre de todos, para que todos hallen, en mis faldas maternas, el progreso y la vida feliz que anhelan

Poseemos todos, el poder implícito, con nuestra ciudadanía, de convertir a la ciudad en un motor sincrónico perfecto que transforme los recursos que le invertimos en riqueza para todas y todos, en desarrollo y progreso.
Tiene la democracia ese sabor especial a jolgorio y fiesta, a discusión amena, abierta y franca alrededor de la mesa materna. Tiene la democracia ese espacio casi virgen del encuentro de vecinos que discuten sus diferencias y en ellas hallan sus comunes anhelos, sus sueños fraternos y sus no tan diferentes realidades diarias.
La democracia encierra, en sí misma, la capacidad de crear espacios de encuentro, de discusión y conciencia, la ciudad nos grita y por lo general la callamos, la silenciamos con parches a la fuerza. Aunque parece que la ciudad es un lunar en medio de la selva, sin embargo, somos parte de la selva, del llano, la planicie y su agenda milenaria. Para que la ciudad crezca como cualquier ser vivo requiere que todos sus órganos tengan suficiente alimento, riego sanguíneo, ventilación adecuada y tiempo de descanso, de silencioso sueño que la fortalece y renueva.
Si la ciudad se enferma -¿qué ciudad no lo está?- no es cuestión de buscar milagros ni culpables, hay que arrimar el hombro todas y todos, desde la academia, el comercio, la fábrica, el servicio público, las entidades diversas, las confederaciones de vecinos, de todas las edades y de todas las trincheras. Y cuando al cuerpo le duele un miembro, todos le ayudan a recuperarse, no lo cortan ni lo desechan, no creamos muros que dividen al pobre del millonario ni pensamos en soluciones rápidas, las medicinas se aplican y se usan a conciencia sino el remedio puede ser peor que la enfermedad. Para curar al enfermo hay que escucharlo, con saber de la ciencia no basta, la experiencia cuenta mucho. Si la ciudad está enferma, los ciudadanos saben de qué adolecen y saben, claro que sí, qué remedio aplicar, los especialistas validan la información y lo hacen rápido, porque la vida –y la muerte – no esperan.
El Gobierno de la Gestión Visible es una estrategia de acción eficiente, táctica y compleja. Miles de ciudadanos no son capaces de cambiar la ciudad si no hay una estrategia que los guie. Podemos desperdiciar millones de dólares, pero la ciudad empeoraría si no se aplica con diligencia, honradez y presteza las estrategias, inversiones y acciones puntuales que la negociación dejó sobre la mesa.
La corrupción es la estrategia antiética del poder para pervivir y dominar la gobernabilidad de un pueblo. Sin liderazgos de principios los cambios no se darán, los parches costarán mucho y el progreso de la Pacha Mama sólo será un cacareo sin sentido de primera plana, repetitivo y deshonesto.
Darle la voz y la capacidad de decisión a quien vive a diario las necesidades y los enormes abismos de desarrollo que enfrenta es, precisamente, la vía de salida –que no escape- a la que la ciudad se enfrenta. Megalópoli, metrópoli, ciudad mediana o pequeña, todas son habitadas por miles y millones de seres racionales, hay que darles las herramientas para redirigir sus vidas y acciones; negarles las estrategias, herramientas y recursos es negarle a la ciudad su curación y encerrarla en el calabozo del subdesarrollo y la pobreza.
La ciudad es una empresa que no debería tener pérdidas, pues cuando ella pierde, pierde la familia, la sociedad, la raza humana, perdemos todos con cada niña o niño que no accede a la educación, la salud y la sana convivencia que quiere, que necesita, que le debemos.
El gobernante debería preferir que sus conciudadanos lo aplaudan por tener el progreso en sus manos, usarlo a diario, vivirlo a pleno y enriquecer a sus familias, barrios, comarcas y a la ciudad en sí, en lugar de vivir aplaudiendo promesas efímeras, mentirosas en su raíz, estrategias de empobrecimiento. La ciudad necesita hoy de gente que la quiera-construya libre, limpia, transparente, honesta… no que la use como fuente de recursos, de dinero inútil que engorda chequeras privadas, corruptas y violentas.


…Y sé que nuevos días se vienen, sé que no me dejarán sola, sé que la vida sigue siendo el norte al que todas y todos mis hijos apuntan.

viernes, 2 de octubre de 2015

La ética del servidor público y sus formas de sanción ciudadana


La democracia como poder ejercido desde el pueblo sigue siendo una tarea pendiente en la mayoría de países que se autodenominan como democráticos. El ejercicio del poder democrático como capacidad del pueblo para exigir, de forma permanente, un trabajo eficiente, eficaz, honorable, honesto y responsable de sus representantes elegidos en votación popular, sigue dejando mucho que desear.
Y es que, desde el punto de vista ético en la actuación del servidor público, tanto del elegido por votación como del que hace carrera burocrática, los códigos de actuación siguen siendo difusos. Ecuador tiene vigente un “código de ética para el buen vivir” y su constitución prevé castigos administrativos para los diferentes niveles de gobierno y servicio público, llegando incluso a la destitución en casos de corrupción o incumplimiento de obligaciones que atenten contra la calidad de vida de la ciudadanía. Sin embargo, la creación de leyes y reglamentos no ha devenido en un mayor compromiso personal profundo con el ejercicio del servicio público como una tarea con un marco ético y de responsabilidad implícita.
La institucionalidad del servicio público se vive como un mecanismo de aseguramiento personal de la calidad de vida propia a corto o largo plazo, según sea por votación o carrera burocrática, respectivamente. El poder de turno se rodea de personal de “confianza” y crea, sobre el estado, una red de influencia y de control de la sociedad, las leyes, la promulgación y veto de las mismas, de la información libre y del control del descontento social y de la protesta ciudadana.
La normativa existente no es exhaustiva en la tipificación de las múltiples formas que encuentra el poder para utilizar, de forma inadecuada y hasta perversa, los recursos estatales en beneficio propio y del círculo de poder vigente. La falta de independencia de poderes es, sin duda, el mayor problema que una nación democrática debe enfrentar. O, dicho de otro modo, el mayor problema que la ciudadanía libre encuentra para ejercer su control democrático sobre la actuación del servidor público.
Si quien califica un recurso de revisión de actuación de algún empleado público presentado por la ciudadanía fue elegido por el poder apadrinador, con toda seguridad, el “compromiso íntimo del poder” pesará más que la exigencia ética de buscar el bien común de la sociedad, al que se deben, en última instancia todos.
La naturaleza de los actos de malversación de recursos estatales de toda índole y de fondos públicos debería ser la fuente de la categorización de las penas a imponerse al servidor público. La gravedad del acto debe analizarse desde el punto de vista de la afectación a la ciudadanía, el daño a la imagen del servicio público que prestaba el servidor y a la cuantificación de recursos desviados, subutilizados, malversados o desaparecidos durante el inadecuado comportamiento en cuestión.
No hace falta, a mi parecer, que la ciudadanía deba enterarse siempre del acto juzgado y el resultado sancionatorio del mismo. El servidor público si bien se debe  a la ciudadanía y a la dignidad de su cargo, se mueve también en un círculo familiar y social que puede castigar, en exceso, su comportamiento inadecuado, afectando a la familia del servidor que nada tiene que ver, la mayoría de las veces. Eso sí, los actos de gravedad alta y extrema deberán ser informados a la ciudadanía en aras de crear un precedente moral y social de que el crimen cometido tiene sus repercusiones y se debe evitar cometer nuevamente.
La rendición de cuentas como un acto administrativo permanente puede servir, a su vez, como herramienta de control de la actuación del servidor público. Al acceder la ciudadanía a los procesos y resultados de la gestión encomendada, los desvíos en la ejecución de las tareas serán verificables y corregibles sin necesidad, incluso, de llegar a sanciones administrativas y peor aún, penales. Partimos, por supuesto, de la presunción de inocencia del empleado y de la buena fe con que enfrenta su trabajo diario. Sobre esa base, analizar la gestión se convierte en un equilibrio entre la parte humana del servidor y sus tareas técnicas y especialidades propias.
El conjunto de valores subyacentes al servicio público, muchas veces, es desconocido por el personal que labora o, conociéndolo, no lo han integrado en su currículum vital y menos aún en su moralidad activa. Y, aunque la ignorancia de la norma no salva del castigo por el cometimiento de irregularidades, es deber de la entidad educar a sus servidores y promover, entre ellos, la asunción del buen hábito del servicio público de calidad. Durante el proceso educativo de todo profesional, la evaluación es el punto de inflexión del desarrollo de sus capacidades cognitivas y prácticas para el futuro ejercicio de su profesión. ¿Por qué abandonar esa buena costumbre una vez que empezamos a ejercer nuestras labores cotidianas? ¿Por qué hemos reducido la rendición  de cuentas a las cifras y los porcentajes en el cumplimiento de las tareas previstas? Las cifras siempre serán maquillables, las actitudes y la calidad del servicio difícilmente.
La capacidad sancionadora del voto ciudadano pierde eficacia, en cuanto castigo, cuando de burocracia se trata. No tiene validez ni efectividad pues, por lo general o la autoridad desoye al pueblo o cambia de tarea al empleado y, con ello, en lugar de arreglar el problema, lo extiende. De este hecho surge la necesidad de diferenciar en el código de actuación y en la reglamentación de sanciones, el accionar del servidor público de carrera burocrática del de elección popular.
Concluyendo. La capacidad evaluadora de la ciudadanía hacia sus servidores públicos debe fortalecerse en el ámbito del ejercicio de la democracia plena contando como requisitos con una información libre, una rendición de cuentas permanente que abarque las actuaciones y no sólo las cifras, la apertura de la entidad en su área de innovación ética a las denuncias presentadas y un reglamento claro y minucioso de todos los aspectos verificables.
El área de innovación ética debe convertirse en la punta de lanza de ese nuevo servicio ciudadano que rompe el esquema de ocultamiento de información, debe evitar ser un arma de venganza coyuntural y procurar desarrollar en todos los servidores la ética positiva que no está a la cacería de los errores sino atenta a ponderar y exaltar el mejoramiento del servicio tanto particular como institucional.
En cuanto a las autoridades elegidas, creo necesario, la firma de un contrato, convenio o compromiso de servicio ciudadano en el marco de las leyes vigentes. El mismo debe contemplar claramente la necesidad de atender en primera y última instancia, con objetividad, a los intereses generales del conglomerado a quien sirve la autoridad. De ese compromiso firmado surge el mecanismo de control ciudadano sobre la gestión de la autoridad, la defensa de la dignidad del cargo ostentado y la ética en el cumplimiento del deber asumido.
Si el servidor, en el uso del poder otorgado, pretende acallar la voz y el derecho ciudadano de vigilar su labor y sancionar sus desvíos, usando precisamente el poder y los recursos asignados para su tarea, será momento para que la ciudadanía en ejercicio de su democracia efectiva le retire al servidor el poder otorgado y lo sancione con el despido inmediato. No es un golpe de estado, es el finiquito del compromiso contractual por incumplimiento de una de las partes.

Sancionar en el camino las actuaciones fuera de la ley del servidor permitirá que, al volver a elegir, la memoria ciudadana no haya olvidado los desvíos y errores cometidos y evalué, en profundidad, la idoneidad personal del candidato para el cumplimiento del cargo en cuestión u otro de servicio público.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Alan Kurdi

El mundo amanece entre el jolgorio de la música de siempre, unos con audífonos, otros con parlantes en la calle. Unos cuantos en silencio pues prefieren contemplar el paisaje sin ruido ambiental...
Nadie ha visto llegar a Alan, el pequeño niño sirio de 3 años. Venía entre el vaivén de las olas, silencioso, ya ni lloraba... Cuando se embarcó en este viaje venía sostenido por Papá, ¿qué podría salir mal?
Tras horas de frío en un inmenso colchón de agua que lo separó de Papá, él dejó de temblar y empezó a soñar... la playa se agitaba en torno a él, pero ya no sentía nada. Sus sentidos se fueron con sus últimos gemidos y he aquí, ahora hay cámaras que lo retratan, hay portadas de cientos de diarios físicos y virtuales que lo abanderan como el punto máximo de un dolor que viene creciendo desde hace tanto tiempo.
Los mares se llenan de hombres, mujeres, niños y niñas, se comen sus sueños, los ahogan en silencio. Su fe los lleva a otro lado porque esa misma fe es motivo de su persecución y muerte. La irracionalidad del otro, la incomprensión del otro como ser igual en dignidad a nosotros, a los que vemos de lejos, a los que miran desde la cumbre de un rascacielos y piensan que NO PASA NADA.
Viene Alan, busca un espacio, nadie se lo quiere dar, las ciudades de Europa se vacían de la sonrisa de niños que nadie quiere hacer nacer, pero no hay espacio para él ni para los miles que vienen en balsas, náufragos, dejando la tierra firme que los vio nacer, en busca del mar que no les promete nada, tan solo una esperanza, la posibilidad de llegar...
Dejando la tierra firme que aman pero que alguien decidió incendiar.
A Alan el mundo ya no le duele, pero a su padre lo destruye una vez más. A sus hermanos de sangre y de fe, también... A diario, a miles, a quienes el mundo no los quiere acoger.
Suena la música, los audífonos callan la conciencia de quien quiere "hacer algo" pero está tan lejos que no puede hacer nada, mientras pasea por la calle de su ciudad y mira de reojo a una madre que vende chicles en una esquina, bajo el sol cuasi infernal de la mitad del mundo, lleva en brazos un niño dormido, no es Alan Kurdi, no tiene nombre y no tiene, tampoco, un sueño que se vaya a cumplir.
Naufraga el niño sirio y el ecuatoriano, bajo la inclemencia de conciencias que prefieren mirar desde el rascacielos de su seguridad, escuchando la música que les gusta y saboreando en su mente un NO PASA NADA que es como morfina para su deseo de cambiar el mundo para los demás.
Alguien recoge al pequeño niño sirio y se lo lleva como intentando pedir perdón a la humanidad, como queriendo silenciar la conciencia de quien quiere despertar.

miércoles, 5 de agosto de 2015

El amor es pasajero

El más profundo "te amo" pronunciado en un abrazo orgásmico, en medio de los gemidos y el deseo saciado, no dura más de un segundo, no dura más que un gemido.

Y, sin embargo, la piel sigue vibrando más allá del orgasmo, la voz sigue sonando mucho después del silencio cómplice de un beso mordido en deseo; las manos acarician y queman incluso por encima de la ropa que nos hace adivinar cuánto quema el deseo que se esconde a flor de piel.

Y es que el amor no se apaga cuando la piel sí. El amor no calla cuando la voz le da paso al silencio que acompaña y vibra con cada mirada cómplice.

El amor dura mucho más que el orgasmo más largo que puedas sentir y, sin embargo, es pasajero y casi fugaz.

Porque con cada segundo que vuela y transforma el universo, nuestra vida misma cambia de forma radical. Porque al empezar a leer estas letras eras alguien que ha cambiado y ahora eres una realidad distinta a la de ayer.

Así vivimos, así disfrutamos del sexo y el placer, así nos transformamos sin dejar de ser quienes somos, así mejoramos y evolucionamos. Pero, ¿amamos así?

Soñamos con un te amo eterno, buscamos promesas irrompibles, queremos que el otro no cambie y siga siendo la fuente de nuestro amor eterno. Y el otro cambia, cambia su cuerpo, cambia su sexo, cambian sus sueños, cambian sus ganas.

Somos seres pasajeros con ansias de eternidad, somos la suma de días que vienen y van, que nos siembran la sed de nunca envejecer, somos un retrato escondido en un rincón que se arruga a diario y nos permite sonreír sin sentir el tiempo pasar...

El tiempo, inclemente, vuela sin pausa ni prisa, sin vacíos ni agujeros negros que nos roben lo vivido. El tiempo nos vive y nosotros somos pasajeros de este viaje universal.

El amor no es eterno, no dura para siempre, no se promete una vez y para siempre. El amor no es un proyecto acabado que se sella en la cama entre gemidos y placer.

El amor es pasajero, cambia a diario, fluye constantemente, como el tiempo y con él. El amor y el tiempo nos llevan de viaje y nos cambian el paisaje cada vez. Algunos días fulgura el sol y lo ilumina todo y otros, se llena de nubes el horizonte y la temperatura baja y llueve y nos sentimos perdidos buscando, congelados, arder.

Ante esos cambios radicales del clima, algunos deciden partir, olvidar que ayer brillaba el sol y buscar un nuevo paraíso donde arda siempre el sol. Pero olvidan que siempre vendrá el tiempo de lluvia, la noche cerrada, la madrugada fría, la cama sin fuego ni ganas. Olvidan, aún, que allí donde el sol jamás se apaga, todo muere, se seca, se silencia, se llena de polvo y nada fluye, de verdad.

No, el amor no se ha devaluado, hemos devaluado nuestra capacidad de amar. Hemos olvidado que somos pasajeros de un viaje estelar, somos polvo de estrellas llamados a brillar. Somos polvo de un sol extinguido que sigue vibrando cuando se le acerca el fuego del amor.

Debemos dejarnos quemar y ser rescoldo ardiente, silencioso y paciente cuando la ceniza nos cubre hasta que, quien nos ama, nos vuelva a despertar. El amor no se apaga, se enfría sí, pero se debe avivar.

Cada "te amo" dura un gemido y un viaje vital completo.

El amor es pasajero y está bien.

miércoles, 15 de julio de 2015

Verso, no es verso...

Y no, verte sonreír no es un verso, es poema y es canción.

Y es que, con tanto que me dices al reír, un verso es demasiado corto para ti.

Me dices que estás cansada pero eres capaz de olvidar las cargas y sonreír.

Y cuando llegan las cuentas, y la vida se pone tensa, me recuerdas que cuentas conmigo y me es suficiente para volver a sonreír.

Y no es verso la vida, ni es poema ni es canción. Es una batalla rara, donde nadie es ganador. Porque, aunque venza un par de veces, siempre hay cimas que alcanzar y siempre hay simas que probar.

Y sonríes y hay sol de nuevo, y me siento invencible, otra vez. Y así cuento el tiempo, entre la sonrisa que me das cada mañana y se vuelve mi sol, y la que me regalas al ponerse el sol y regresar a casa a recargar el alma, conectada a ti.

No eres verso, ni poema ni canción,
eres luz, fuego y cielo.
Bendición.